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Coahuila

En Cuernavaca, Guanajuato, Querétaro y Orizaba, ‘los nobles’ estaban locos de contentos porque Maximiliano venía

Por Rodolfo Villarreal Ríos

Hace 1 año

Durante el periodo comprendido entre abril y junio de 1864, sobraron quiénes se entrenaron para mostrar cómo la abyección era lo suyo, pero poco les importaba con tal de convertirse en “nobles” y servir a Maximiliano y Carlota. En ese proceso jugó un papel primordial la columna vertebral, sin olvidar las rodillas, mismas que las pusieron en muy buen estado, ya que serían fundamentales a la hora de la genuflexión. Mientras acá se ponían en forma, en Europa, el barbirrubio austriaco firmaba pagarés para obtener empréstitos. De entrada, trescientos quince millones de francos de los cuales Francia tomaba ciento cinco para gastos de guerra y los restantes doscientos diez quedaban para proveer las necesidades que surgieran al “nuevo imperio”. Todavía no se trepaba a la nave y ya operaba con déficit. Eso, poco les importaba a los nativos mexicanos con aspiraciones de darle lustre al apellido y convertirse en lacayos de un príncipe extranjero, algo que, para ellos, era un honor. En esta ocasión, daremos un repaso breve a la forma en que reaccionaban en Cuernavaca, Guanajuato, Querétaro y Orizaba ante el anuncio de que ya venía el príncipe quien arribaría, vía el puerto de Veracruz, el 28 de mayo de 1864. Para narrar la perspectiva, nada como recurrir a una publicación afín a los que se ofrecían y a los que vendrían, el nombre era La Sociedad cuyo lema era “combatir por la religión y por la patria”. Nótese cómo daban el orden de importancia. Pero antes de ir al comportamiento de aquella parvada, veamos una nota titulada “La nobleza en México”, que originalmente apareció en la revista francesa “L’Estafette” y que la publicación mexicana reprodujo en su edición del 20 de mayo.

El artículo en cuestión iniciaba proporcionado un severo mazazo a los crédulos, mientras indicaba que “ni las aristocracias, ni las añosas selvas se improvisan, sino que ambas han menester de tiempo y de pruebas para echar hondas raíces y subir al horizonte.” Tras de sustentar como se creaban las aristocracias, se mencionaba que “mientras México fue colonia, no creó en él España mayorazgos políticos ni privilegios feudales…daba a estos súbditos muy pocas ocasiones de distinguirse con la espada o la política…llevaba por sistema tenerlos muy debajo del señorío peninsular.” Tras de eso, se preguntaba ¿Dónde están aquí, pues, el elemento nobiliario y la base de una institución aristocrática? Y como respuesta señalaba: “Si no se trata más de que de lucir carruajes y resucitar antiguos pergaminos transmitidos antes de la que fue metrópoli española será inofensivo el juego; ¿pero que gusto puede tener un hombre de carácter en hacer que sus porteros le hagan reverencias, en oírse llamar conde o marques por sus ayudas de cámara y jugar al gran señor en el seno de su familia? La nobleza improvisada se parece al vino nuevo que está agrio y hace hacer [así está en el original] gestos. Si quieren tomar a lo serio y que se respete la monarquía, preciso es cuidarse de títulos improvisados…”. En ese concepto los tenían del otro lado del Atlántico a quienes aquí ya les hormigueaban las posaderas para mostrarse como súbditos. Pero al leer el párrafo trascrito, no pudimos evitar que nos viniera a la mente otros tiempos, personas y lares. Nos acordamos de varios a quienes conocimos, y a otros de ahora que observamos a la distancia, como miembros de los tres niveles de gobierno, municipal, estatal y federal, en cuanto les daban un cargo político de importancia relativa, además del consabido “jefe” al superior en turno, empezaban a sentirse que pertenecían a otra galaxia. Olvidaban viejas amistades, movían su lugar de morada, y de pronto se convertían en sabios, consejeros, gourmets, sommelieres, todo ello acompañado por el infaltable aire de superioridad. Lo mismo sucedía con aquellos a quienes, como dicen en el pueblo, “les daba el sol de frente” y de pronto sus ingresos crecían y se volvían insoportables, pero dejemos estas remembranzas personales y volvamos al siglo XIX.

A varios, les comían las ansias por que llegaran los tiempos nuevos del “imperio mexicano.” Entre ellos, se encontraban algunos habitantes de Cuernavaca quienes, desde el 17 de mayo de 1864, no encontraban como mostrar que serían un ejemplo de sometimiento. A esa fecha la llamaban “día de felices coincidencias.” Para ellos, era motivo de regocijo, no les importaba mover las fechas, la convirtieron en el aniversario de nacimiento, en realidad nació el 15 de mayo de 1803, de Juan Nepomuceno Almonte; en celebración de la toma de Puebla, en 1863, por las fuerzas de Forey; y, porque ese día se recibió la noticia de que, el 10 de abril, Maximiliano aceptó el trono” de México. Ante tanta felicidad, “dispusieron las autoridades civiles y militares de Cuernavaca, celebrar tan faustos acontecimientos de una manera que se revelase el contento y entusiasmo de la población entera.” Como no querían que nadie fuera a adelantárseles en la carrera por mostrarse como lo más arrastrados, “desde las seis de la mañana, se enarbolaron los pabellones francés y mexicano, [seguramente, no les avisaron que su principito era austriaco] saludándolos con una salva de artillería, cuyo acto fue acompañado de repiques, cohetes y música; a ;las diez las autoridades, empleados y vecinos más notables [nada de peladaje] asistieron a un Te Deum; en esa misma hora se publicó por bando nacional la noticia de la aceptación, causando en el pueblo [¿Cuál estrato?] un entusiasmo indescriptible; a las cuatro de la tarde, se dispuso un paseo militar en la Alameda, en cuyo sitio estuvo tocando hasta las seis piezas escogidas una excelente banda militar; en la noche, todas las músicas de los cuerpos concurrieron a dar una preciosa serenata, en tanto que tenían lugar unos graciosos fuegos de artificio; y por último, la función terminó con un gran baile al que concurrió todo lo más granado de la población”. Una vez más se precisaba que disfrutar de ese tipo de saraos no era propio de cualquier pelafustán, solamente lo más selecto del pueblo morelense. Para no dejar duda alguna de ello, la nota cerraba indicando: “Estas fiestas y demostraciones, hablan muy alto en favor del nuevo orden político, que felizmente nos rige y muestran al mundo entero que la opinión de la gente sensata y laboriosa ha estado y está con el Imperio.” Ninguna duda quedaba, la pieza de “L’Estafette” era muy acertada. Eso sí, ya sabemos que una vez en México, Maximiliano les recompensó su lealtad al convertir el Jardín Borda en su sitio favorito para ir a cazar mariposas y en el ínter dedicar tiempo a Concepción Sedano, también referida como Margarita Leguizamo Sedano, a quien se identifica como “La India Bonita.” Pero Cuernavaca no era el único sitio en el cual se mostraba la felicidad que les embargaba, a lo mas selecto del pueblo, por la llegada del austriaco.

A la par, en Guanajuato, el general de división y prefecto superior político, José María Yáñez Carrillo y,  el 4 de mayo, se dirigía a el primer vicario apostólico de Tamaulipas Fray Francisco Ramírez y González, primer obispo mexicano consagrado en Roma y titular de Caradro, enviándole copias de los oficios que le remitiera, el 22 y 23 de abril, la “Serenísima Regencia del Imperio” en donde se indicaba el programa que debería de observarse “en la solemne recepción y entrada de nuestro augusto soberano, el Sr. Fernando Maximiliano I, Emperador de México. Por ellos verá V.S.I. [Vuestra Señoría Ilustrísima] la invitación que se hace a esta prefectura para el nombramiento de una comisión que represente a este Departamento, y no he dudado en nombrar a V.S.I. para que en unión de los Sres. Octaviano Muñoz Ledo, general D. Platón Roa, D. Marcelino Rocha, D. Pedro Jorrín y D. Carlos Robles se sirva V.S.I. presentarse en cuerpo a la Serenísima Regencia del Imperio a recibir ordenes de S.A. [Su Alteza] y las instrucciones correspondientes para el buen desempeño de tan honorifica como importante comisión.” Antes de seguir, hemos de precisar que en este párrafo está el origen de aquel derecho de sangre que alegara, el nativo del Distrito Federal, Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo De La Vega cuando, en 1991, compitió por la gubernatura de Guanajuato.  Pero, en el siglo XIX, por aquellos rumbos del Bajío sobraban quienes añoraban los tiempos coloniales y, en Querétaro, daban muestra de ello.

Al publicarse la aceptación de Maximiliano y que este ya se había embarcado con rumbo a México, el prefecto político de Querétaro, coronel Desiderio De Samaniego y Del Castillo De La Canal, no cabía de contento y, mientras ejercitaba columna y rodillas, soltaba: “Breve nuestra querida patria saludara con el mas sincero entusiasmo a su ilustre soberano, a quien la mano de Dios [¿Sería como la de Maradona en 1986?] desviándose de las oscura reglas de la política y de los aventurados cálculos de los hombres, había destinado en su eterno consejo, para salvarla de los furores de la discordia civil y elevarla a la sombra de sus laureles, al alto grado de prosperidad y de ventura de que es susceptible, por los grandes elementos que su suelo ofrece.” Pero eso apenas era el preámbulo, don Desiderio había agarrado vuelo y sentía levitar cuando clamaba: “Compatriotas: después de un largo periodo de 54 años, en que los desencadenados vientos de la rebelión y las asonadas agitaron este país infortunado, luce al fin el iris de la paz [¿de los sepulcros?] de esta virtud inminente, bajo cuya influencia liberal [¿se habrá equivocado de vocablo este imperialista o lo traicionó el subconsciente?] las sociedades gozan de la dulce armonía y el grato reposo que trae consigo la conformidad y unión de los ciudadanos, en contraposición de los hechos barbaros de la guerra.” Sintiéndose mensajero celestial, De Samaniego arengó: “¡Queretanos! En nosotros consiste aprovechar debidamente los favores con que nos brinda la Providencia en la ocasión. Sí los desechamos, será preciso renunciar para siempre hasta la mas remota esperanza de felicidad y bienestar.” Y para que no quedara duda cerraba: “Conciudadanos: ¡Vivan SS. MM. [¡Sus Majestades], el Emperador y la Emperatriz de México!” Nunca se imaginaba el prefecto político queretano que esa ciudad habría de permanecer unida para siempre con aquel a quien dedicaba tanto elogio. Ahí no se desarrollarían escenas de ternura y arrumacos, todo lo contrario. Pero para que eso llegara aun faltaba un rato, inclusive que primero pusiera pie en tierras mexicanas el barbirrubio austriaco. Mientras tanto, en el este de México, también se apuntaban en la competencia para demostrar su adoración al que aún no arribaba.

El 18 de mayo, en “El Indicador,” publicación editada en Orizaba, Veracruz, se mencionaba que desde el momento en que se conoció la aceptación y el viaje de Maximiliano a México, “el publico cuenta ansiosamente los días y las horas, suponiendo con razón que los soberanos de México deben estar ya cerca de su destino.” ¿En verdad, alguien podría creer que hubiera bien nacidos esperando la hora en que llegara alguien quien lo único que traería sería destrucción y sangre? Pero el panfletero en Orizaba ni siquiera podía preguntarse eso, indicaba que “entretanto [Maximiliano llegaba], la buena nueva [¡!!!] se ha esparcido ya por todas partes, los preparativos de la recepción se apresuran, y todos estos pueblos se disponen a dar a los soberanos una cordial bienvenida.” Eso fue lo que le vendieron a Maximiliano que aquí lo esperaba la población entera arrodillada con los brazos abiertos para recibirlo cual Quetzalcóatl proveniente del este. Se olvidaron de mencionarle que los únicos quienes lo aguardaban eran los abandonados que había dejado otro iluso quien, también, armó un imperio de opereta. Pero como ese tipo de huérfanos siempre andan buscando fuera lo que no encuentran en casa, pues ahí estaban creyendo que, ahora sí, vendría alguien a llenar ese hueco. Hasta aquí de los preámbulos, la semana próxima, si usted, lector amable, tiene a bien acompañarnos, nos iremos a revisar las crónicas de como en Veracruz, Puebla y la Ciudad de México se comportaron “los nobles” quienes, locos de contento, aspiraban a que en ellos se operara una especie de milagro como el que sucede, cada 19 de septiembre en Nápoles, con la sangre de San Genaro, salvo que, aquí, no esperaban que pasara del estado sólido al liquido rojizo, sino de este al color azul. [email protected]

Añadido (22.18.73) Allá por la segunda mitad de los 1970s, el presidente José López Portillo y Pacheco, aprovechándose de su vasta cultura y personalidad, se burló a más no poder del presidente estadounidense, James Earl Carter. Olvidó que, al hacerlo, se metía con la institución y no con el hombre. Años después, la imagen del presidente mexicano fue hecha añicos, al tiempo que todos tuvimos que pagar, muy caro, por aquellas balandronadas. Hoy, otro López, le acaba de echarle a perder la fiesta al sucesor de Carter, como el peor presidente estadounidense, Joseph Robinette Biden Jr. ¿Cuándo y en cuánto habrán de cobrarnos lo de ahora? No olvidemos, al norte del Bravo el costo de las facturas no se exige sea cubierto inmediatamente. Pero, eso sí, nunca dejan de recaudarlo incluyendo intereses altísimos.

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