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Coahuila

¿Hacia dónde vamos?

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 2 años

Las limitaciones para viajar en estos últimos tiempos han sido compensadas por la posibilidad de conocer nuevos universos desde casa. Hace algunas semanas descubrí Ilustre, plataforma colombiana con contenidos muy interesantes de Historia, Artes y Literatura, entre otros. Algunos de paga, unos más, gratuitos, todos con una calidad excepcional.

Esta semana tuve oportunidad de escuchar la charla sobre la Capilla Sixtina, impartida por la joven arquitecta argentina Agustina Lezcano.

Comenzó hablando de la construcción del Palacio Apostólico de El Vaticano; quiénes fueron sus constructores, hasta llegar a la Capilla Sixtina y sus frescos, obra encomendada al escultor y pintor Miguel Ángel Buonarroti.

En particular se centró en la bóveda, para explicar su significado, escena por escena, figura por figura. Se detuvo buen rato en la escena de la Creación de Adán.

Nos hizo notar el hecho de que Dios padre luce un cuerpo muy musculoso y se sostiene en el aire, mientras que Adán se halla sobre el suelo en actitud de mansedumbre frente al Todopoderoso.

Hizo hincapié en cuánto influyó en Miguel Ángel la obra Confesiones de San Agustín, en particular, de sus últimos tres capítulos, el relativo al tiempo. Resaltó que ese sutil toque de dedos entre el Creador y su hijo significa el instante presente, señalando, de acuerdo con San Agustín de Hipona, que lo único real es justo ese, o sea, lo que está ocurriendo en el momento.

El pasado es memoria y el futuro es esperanza, pero tanto uno como otro quedan fuera de la realidad, por ende, son inaprensibles.

Nada es casual en la vida. Justo en estos días comencé a leer el libro Outside, de Marguerite Duras, en cuya introducción la autora habla, en lo que respecta a literatura, de la esterilidad del presente.

Pareciera lo opuesto a lo que postula san Agustín, pero no lo es.

Duras quiere significar que un escritor no puede limitarse, como en el caso del reportero, a narrar de manera exclusiva los hechos del momento, sin contrastarlos con tiempos ajenos. Necesita alimentarse del pasado para dar peso a la historia que narra, además de que recurre al futuro como un modo de plasmar en palabras la motivación que le lleva a escribir.

Diversos estudiosos señalan que la riqueza del lenguaje va en picada.

Los factores son varios: en primer término, este empobrecimiento guarda relación con el abuso de la tecnología. En esta priva la velocidad sobre cualquier otro elemento, lo que lleva a escribir e interpretar una suerte de taquigrafía lingüística que nos aleja cada vez más del idioma original.

Gracias a los adelantos en la tecnología digital, habitamos un mundo donde hay más libros que nunca. De manera paradójica, leemos menos número de títulos, o lo hacemos de una manera superficial, cayendo en lo que se conoce como “analfabetismo funcional”. Escuché decir alguna vez: “Yo leo mucho, que no entienda lo que leo, es otra cosa, pero leo mucho”.

Este enunciado, que parece extraído de un entremés español, no es metáfora. Yo lo escuché. Ilustra de manera clara lo que nos está pasando.

Por último, está la intromisión de la política en el lenguaje: ¿En verdad tenemos que volverlo inclusivo hasta el absurdo, propiciando tanta distracción en el lector?…

Pregunto.

Todo lo antes enunciado conduce a la limitación en nuestra forma de expresarnos, esto es, a un empobrecimiento cultural. Al tener menos recursos de pensamiento de donde echar mano, nuestra creatividad para resolver problemas declina. No me refiero a la solución de los grandes problemas de la humanidad, sino los del día a día: al limitarse nuestro imaginario personal, perdemos capacidad de inventiva, de socialización, así como la habilidad para poder comunicar lo que sentimos o lo que pensamos de manera precisa.

Un mito que habrá que desbancar de nuestra propia mente: la expansión del pensamiento no proviene de manera exclusiva de la lectura de libros especializados.

Hasta el cuento más sencillo activa en nosotros un mecanismo de reflexión que enriquece nuestro universo de conocimientos. Las parábolas tradicionales, al terminar la historia nos exponían una moraleja. La literatura actual permite al propio lector sacar sus conclusiones a través de la lectura. A diferencia de un cuento corto, una novela ofrece a su autor muchísimos más espacios en los cuales colar lo que nos quiere decir, llamando a la reflexión a través de sus personajes.

De una forma casi imperceptible, va exponiendo su propuesta teórica, esto es, la necesidad que lo llevó a escribir esa historia. Ya está en cada lector interpretarla y acogerse a ella.

Desde el total absoluto del presente, que narra san Agustín y pinta Miguel Ángel, hasta los motivos del silencio de Duras: ¿Hacia dónde vamos?

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