Una Elena importante de México es Elena Poniatowska. La semana pasada celebramos su cumpleaños 90, lo cual es muy de su generación longeva, misma de la que es una representante jovenaza, por decirlo de alguna forma.
Elena Poniatowska es una escritora tenaz y talachera, que nunca ha dejado de aprender y que su máxima estrella es el saber ser una persona accesible y dispuesta a los demás. Siempre me fascina la manera en cómo algunos extranjeros llegan a amar a México. Escogen amar a nuestro país con un amor definitivo y que a su vez los define a ell@s mismos, lo cual es el caso de Poniatowska.
La escritora es una princesa polaca que llegó a México a principios del siglo pasado, durante la segunda guerra mundial, y de sus muchas crónicas y notas periodísticas, se nota el amor que fue desarrollando por nuestro país que la adoptó en un abrazo. Sus nanas oaxaqueñas y la crianza que tuvo esta pequeña de la realeza europea, terminaron por sembrarla en territorio nacional.
Al principio, cuando todos empezamos a leer a la Poni en la escuela, nos recetan novelas, pero creo que la Elena periodista siempre se impuso por su afán de querer estar en la piel mexicana, lo más adentro posible. Su libro de Todo Empezó el Domingo, es un retrato del primer México que la Poni empezó a elaborar en su imaginario. La gran cualidad de la Poni es que ella verdaderamente ve lo que las demás personas no logramos ver a la primera, o que nuestra mirada no se posa en lo cotidiano que tiene otro brillo para otras personas.
Luego en Hasta no Verte, Jesús Mío, Poniatowska hace un viaje descriptivo hacia la jornada de una mujer que hace trabajo doméstico, lo cual refleja la empatía y cercanía que ella tuvo con las personas que le cuidaban desde niña. Incluso cuando habla, se pueden escuchar los vestigios lingüísticos plasmados la Poni que asume las palabras del cotidiano de sus cuidadoras y que las involucra en su vida de una forma íntima. Se mimetizó en la lengua popular mexicana, mientras que narra la historia de México desde trincheras únicas, como el libro de La Noche de Tlatelolco que fue la memoria del corazón del movimiento estudiantil de 1968.
Después de los temblores de la CDMX, Elena se convierte en vocera, ayuda, asistente, apoyo y también en una persona que acompaña y se conduele junto con los que sufren.
Cuando escribió Likus Kikus, bajo el tallereo y la tutela de Juan José Arreola, vamos leyendo a una Elena bastante desenvuelta para nutrir su literatura, y a alguien que está taloneando en el medio para abrirse paso. Lo que ensombrece este episodio de la literatura mexicana, es la violación de Juan José Arreola en contra de la joven Elena Poniatowska, quien fruto de esa agresión tuvo a su primer hijo que, siempre se pensó, era de su esposo Guillermo Haro. A mucha gente se le cae el peltre cuando menciono ese dato sobre la Poni en las conferencias o talleres, pero más violento es aceptar la faceta de violador de Arreola, tan endiosado como autor, tan perdonado como viejo rancio.
La semana pasada, el 19 de mayo, en Bellas Artes “ese edificio bodocudo, blanco, con algo de dorado y mucho de hundido…” dice en Lilus Kikus, se celebró a nuestra princesa polaca, pero creo que lo más relevante del evento, fue ver cómo la Poni está expuesta a todas las generaciones y a todos los públicos, siendo como una especie de patrimonio nacional.
Elenita: [email protected]
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