Saltillo|Monclova|Piedras Negras|Acuña|Carbonífera|TorreónEdición Impresa
VIDEO: Se sube a poste al huir de policías y sufre descarga eléctrica en NL Belén vuelve a celebrar la Navidad con alegría tras tregua en la Franja de Gaza Tamaulipas registra 3 muertes y casos confirmados de covid-19 en el año ‘¡Feliz Navidad a todo el pueblo de México!’: Sheinbaum envía felicitación tras pausa en la mañanera Maduro encabeza una cena navideña en una zona de Caracas por ‘la paz y la felicidad’

Zócalo

|

     

Opinión

|

Información

< Opinión

 

Coahuila

La encrucijada ambiental: plásticos de un sólo uso y hábitos de consumo que nos están pasando la factura

Por Columnista Invitado

Hace 5 meses

Por: Jesús Carlos Mena Suárez 

 

En pleno siglo 21, la crisis ambiental deja de ser una promesa de futuro para convertirse en un desafío urgente de nuestro presente. Nos encontramos en una encrucijada en la que nuestros malos hábitos, tanto en el manejo de desechos como en la forma de alimentarnos, están provocando daños profundos e irreversibles al planeta. Sin embargo, la respuesta social y política aún camina a trompicones, presionada por intereses económicos, informaciones contradictorias y la simple inercia de la costumbre.

Plásticos ‘biodegradables’, ¿solución o lavada de cara?

Cada año, millones de toneladas de plástico terminan en vertederos y océanos. Un ejemplo cotidiano lo encontramos en las bolsas de supermercado de un sólo uso. Ante la creciente presión ciudadana y regulatoria, varias empresas han lanzado bolsas biodegradables fabricadas a partir de etileno y otros polímeros, con aditivos que prometen descomponerse en condiciones especiales. ¿Es esto un verdadero avance?

La respuesta es compleja. Aunque estos nuevos materiales puedan degradarse más rápido que los plásticos convencionales, siguen siendo polímeros sintéticos a los que se les añaden sustancias químicas para acelerar su descomposición. Esto no elimina del todo el problema: durante su degradación, se generan microplásticos y compuestos orgánicos que pueden ser tóxicos para la fauna y contaminar suelos y aguas. Además, la producción de estos plásticos “mejorados” sigue estando impulsada por el atractivo retorno económico para los fabricantes, más que por un compromiso real con la sostenibilidad. El verdadero reto consiste en reducir drásticamente el consumo de plásticos de un sólo uso y fomentar alternativas reutilizables y reparables, como bolsas de tela, embalajes retornables o envases reutilizables.

La carne y la propuesta de impuesto: el debate de la proteína

Paralelamente al problema del plástico, la industria alimentaria, y en particular el consumo de carne, se ha convertido en otro foco de atención por su elevado impacto en el calentamiento global. La cría intensiva de ganado es responsable de una parte significativa de las emisiones de gases efecto invernadero, del uso masivo de agua y de la deforestación para pastizales y cultivos de forraje.

En este contexto, en Alemania se ha puesto sobre la mesa la idea de gravar la carne roja con un impuesto especial. Sus defensores argumentan que un costo adicional reflejaría el verdadero “precio ambiental y sanitario” de producir y consumir grandes cantidades de carne. Se apunta, por ejemplo, a estudios que vinculan el alto consumo de carne roja con un mayor riesgo de cáncer de colon, hipertensión y otras enfermedades crónicas. Por otro lado, los detractores aducen que un impuesto encarecería un alimento básico y podría penalizar a las familias de ingresos bajos.

Más allá de la polémica fiscal, la discusión tiene un gran valor simbólico: nos obliga a calcular el costo real de lo que comemos.

¿Estamos dispuestos a internalizar las consecuencias ambientales y de salud de nuestra dieta? Reducir el consumo de carne roja, especialmente de origen industrial, y sustituirla por fuentes de proteína más sostenibles (leguminosas, pescado de pesca responsable, carnes blancas producidas con prácticas con prácticas agroecológicas) sería un paso decisivo hacia un modelo alimentario más sano y respetuoso con el planeta.

Agricultura, agua y huella cultural

La presión no se limita a plásticos y carne. La agricultura industrial utiliza enormes cantidades de agua para riesgo, pesticidas y fertilizantes que contaminan acuíferos y ríos. Además, la expansión de monocultivos ha erosionado suelos y destruido biodiversidad. Detrás de este modelo productivo hay intereses económicos, subsidios estatales y una cadena de consumo global que pocas veces responde a criterios de equidad social o protección animal.

No obstante, también emergen iniciativas positivas: desde agricultores que recuperan variedad prácticas tradicionales de cultivo hasta marcas emergentes que apuestan por un enfoque circular, minimizando residuos y reutilizando subproductos. Estas experiencias demuestran que es posible producir alimentos de manera rentable y al mismo tiempo proteger los recursos naturales, fortalecer las comunidades rurales y conservar nuestros paisajes culturales.

¿Qué podemos hacer?

Si bien las transformaciones deben impulsarse desde políticas públicas y cambios estructurales en las industrias, cada uno de nosotros tiene un papel fundamental.

Rechazar el plástico de un sólo uso: llevar bolsas reutilizables, evitar envases descartables y optar por productos a granel. Revisar nuestra dieta; reducir el consumo de carne roja, incorporar más legumbres, frutas y verduras de temporada, y apoyar a productores locales.

Exigir transparencia: informarnos sobre la procedencia y demandar a empresas y autoridades responsabilidad ambiental.
Fomentar la economía circular: reparar, intercambiar y reciclar lo que ya tenemos antes que reemplazarlo.
Sumarse a iniciativas comunitarias: huertos urbanos, grupos de consumo responsable, campañas de limpieza de ríos o playas.

Vivimos un momento crucial en el que la urgencia climática y ambiental choca con hábitos profundamente arraigados. Tanto la falsa solución de los plásticos “biodegradables” como el debate sobre un impuesto a la carne roja nos muestran que no basta con parches: necesitamos repensar el sistema económico y cultural que promueve el consumo desmedido. Al final, cada elección cotidiana, desde la bolsa de la compra hasta el plato en nuestra mesa, puede convertirse en un acto de solidaridad con el planeta y con las generaciones futuras. Asumir esa responsabilidad es el primer paso para revertir la tendencia y construir un mundo más equilibrado y justo.

Notas Relacionadas

Navidad con nostalgia   

Hace 6 horas

Cruzan por Piedras Negras 60 mil paisanos para Navidad; se supera expectativa

Hace 6 horas

Habrá Navidad segura para Coahuila: Manolo Jiménez; vigilan el estado más de 10 mil elementos

Hace 6 horas

Más sobre esta sección Más en Coahuila

Hace 6 horas

Navidad con nostalgia   

Hace 7 horas

Ahora sí, Tania ‘N’

Hace 7 horas

Puentes con la 4T