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Coahuila

Las consecuencias de las decisiones justas

Por Irene Spigno

Hace 3 meses

¿Sacrificarías a una persona para salvar a otras cinco? Cada día, todas las personas enfrentamos innumerables decisiones. Algunas son pequeñas y otras son más importantes, pero constantemente debemos elegir. Quizás no todas impliquen un dilema moral y filosófico tan grande como el “dilema del tranvía” planteado por la filósofa Philippa Foot en 1967 y resumido en la pregunta inicial.

Hay decisiones estrictamente personales que sólo nos afectan a nosotras y nosotros mismos, pero otras, por su propia naturaleza o por la posición que ocupamos en un contexto familiar, social o profesional, pueden impactar a más personas.

Hace unos días, durante una conferencia en el curso de inducción para la cuarta generación de la Licenciatura en Derecho con Perspectiva en Derechos Humanos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos, hablábamos de las razones que nos impulsan a elegir una carrera. En particular, reflexionamos sobre por qué estudiar Derecho y, específicamente, Derechos Humanos.

Las respuestas a estas preguntas son muchas, ya que reflejan las diversas motivaciones que nos llevan a elegir una carrera. En mi caso, como ya he comentado en este espacio, decidí estudiar Derecho porque creo en la justicia y en la importancia de construir un mundo más justo. Aunque esta es una responsabilidad de los gobiernos —a través de la adopción de leyes, sentencias y políticas públicas que garanticen los derechos humanos—, cada persona tiene la oportunidad de ser justa desde su propio espacio personal y profesional.

¿Cómo? A través de las decisiones que tomamos. Esto incluye tanto las elecciones que nos afectan sólo en lo individual como aquellas que inciden de manera más amplia en la vida de los demás.

No es fácil ser justos y correctos en todo lo que hacemos. Somos seres humanos y, aunque tengamos las mejores intenciones, podemos equivocarnos. Además, no hay un concepto unívoco de lo que es justo o correcto; puede ser subjetivo. Lo que es justo para mí puede no serlo para otras personas.

También es cierto que no siempre es justo aplicar la ley de manera estricta, y la historia nos lo demuestra. Por ejemplo, muchos oficiales nazis justificaron sus crímenes de lesa humanidad durante la Segunda Guerra Mundial, incluido el Holocausto, diciendo que sólo estaban ejecutando órdenes conforme a la ley.

Quizás, antes de tomar una decisión importante, sería bueno reflexionar sobre sus posibles consecuencias. Si al tomar esa decisión estamos generando prejuicios o discriminación contra alguien, probablemente no estamos tomando la decisión correcta. Del mismo modo, si esa decisión genera un privilegio injustificado, ya sea para nosotros mismos o para alguien más, tampoco estamos actuando de manera correcta.

Hay situaciones muy difíciles en las que tomar la decisión correcta inevitablemente implica sacrificar algo importante. Sin embargo, en muchas ocasiones, la dificultad de la elección deriva del miedo a enfrentar las consecuencias que nuestras decisiones pueden generar, ya sea por represalias o por venganza de alguien que no quedó satisfecho.

También debemos asumir que, por más justas y correctas que sean nuestras decisiones —impulsadas por un fuerte compromiso con valores como la igualdad, la libertad, la solidaridad o la dignidad—, siempre habrá alguien que no las reciba con agrado. Es muy probable que para esas personas, a menudo con cierta autoridad y poder, convencidas además de no tener límites en su actuar, tomen represalias en cuanto tengan la oportunidad.

Ese es uno de los precios que se paga por ser leales y congruentes con nuestros valores.

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