Saltillo

Publicado el domingo, 21 de diciembre del 2025 a las 09:10
Saltillo, Coah.- La Navidad vuelve a asomarse puntualmente entre ofertas relucientes, luces intermitentes y villancicos repetidos hasta el cansancio. Las calles se llenan de colores, los centros comerciales de prisa y las redes sociales de sonrisas ensayadas. Pero mientras la ciudad se viste de brillo, del otro lado —el más silencioso, el que no sale en las fotos— emergen los “fantasmas modernos” que cada diciembre rondan a miles de familias: la depresión, la presión económica, la crisis de fe… y un visitante cada vez más frecuente y normalizado: el alcohol.
En Saltillo, como en muchas ciudades del país, el ambiente festivo parece uniforme. Sin embargo, basta cruzar la puerta de algunos hogares para descubrir un tono distinto. La temporada que culturalmente se vende como la más cálida, amorosa y alegre del año, se transforma para muchas personas en una cuesta emocional que comienza semanas antes de Navidad y se prolonga hasta bien entrado enero. No todos llegan a diciembre con motivos para celebrar, pero sí con la obligación social de hacerlo.

La sicóloga clínica Karla Valdés explica que diciembre funciona como un potente detonante emocional.
“Es un mes de cierre, de balance. Aparecen tristeza persistente, irritabilidad, pérdida de interés, alteraciones en el sueño y en el apetito. Mucho tiene que ver con esta exigencia social de sentirte feliz aunque no lo estés”, señala.
Cientos de personas acuden a las calles del Centro Histórico a realizar las compras decembrinas, a veces en familia o en soledad, alargando
las deudas hasta el próximo año, detonando la crisis de ansiedad por presión.
Las fiestas actúan como un espejo incómodo. Reflejan lo que falta: la silla vacía del familiar que murió durante el año, el trabajo que no llegó, la relación que terminó, los planes que no se cumplieron, la estabilidad económica que sigue sin alcanzarse. A esto se suman factores como el clima frío, la disminución de la actividad física, el rompimiento de rutinas saludables y el cansancio acumulado de todo el año.
La especialista subraya que no se trata de “odiar la Navidad”, sino de reconocer que no todas las personas viven esta etapa desde el mismo lugar emocional.
Diciembre también es sinónimo de gasto. Los escaparates se llenan de promociones, los anuncios prometen felicidad en pagos diferidos y las expectativas familiares crecen al mismo ritmo que los precios.
El economista Marcelo Lara lo resume sin rodeos: “En Navidad suben los precios porque aumenta la demanda. Muchos productos son importados: juguetes, ropa, adornos, electrónicos. Todo se encarece justo cuando la presión por comprar es mayor”.

El aguinaldo, esperado durante todo el año, llega para muchos hogares como un respiro momentáneo. Sin embargo, Lara advierte que ese dinero suele desaparecer en cuestión de días. El especialista propone una fórmula poco popular, pero necesaria:
Treinta para deudas, 30% para gastos navideños, 30% para la cuesta de enero y 10% para ahorro. “Navidad no debería comprometer la estabilidad de todo el año siguiente”, sentencia.

Aunque la Navidad es, en esencia, una celebración religiosa, para muchas personas la fe se ha ido vaciando de contenido. Así lo explica Sergio Marroquín Narváez, especialista en comunicación social con enfoque pastoral.

“No es falta de amor a Dios. Es una crisis de sentido. Hay un choque entre la alegría obligatoria y la realidad interior. La fe se volvió un adorno cultural, algo que se menciona pero no se vive”, reflexiona.
Antes, recuerda, las posadas, las pastorelas y las celebraciones comunitarias unían a barrios enteros. Hoy, la Navidad se ha privatizado: es cena, intercambio, regalos y fotografías.

Sin embargo, Marroquín subraya que una crisis espiritual también puede convertirse en un punto de partida. “La fe madura se construye sirviendo: visitar a un enfermo, perdonar, invitar a quien está solo, compartir tiempo. No es pensar, es hacer. Ahí se encuentra el sentido“.
En Saltillo y en todo el país, diciembre concentra el mayor consumo de alcohol del año:
Posadas, convivios laborales, reuniones familiares, intercambios y fiestas escolares se convierten en escenarios donde la bebida parece parte obligatoria del ritual.
Las consecuencias se repiten cada año: accidentes viales, violencia intrafamiliar, riñas, recaídas en personas en recuperación y hospitalizaciones por consumo excesivo.
El alcohol se utiliza para “soltar el estrés”, “convivir”, “olvidar” o “animar la fiesta”, pero también para silenciar crisis personales que se intensifican en estas fechas.

La Navidad se vuelve, contradictoriamente, el momento en el que más se bebe para olvidar… justo cuando la sociedad insiste en recordar.
Aunque la ciudad siga iluminada, los centros comerciales llenos y las redes sociales invadidas de imágenes perfectas, detrás de cada foto hay historias distintas, silencios que no se publican y batallas que no se mencionan.
Los fantasmas modernos de la Navidad no buscan asustar: buscan ser vistos. Porque a veces, el regalo más necesario es el que no se envuelve: escucha, paciencia, límites, compañía.

Y quizá, en medio del ruido, recordar que la Navidad no es un deber… es una oportunidad.
Los especialistas consultados coinciden en prácticas sencillas, pero contundentes:
• Dejar de perseguir la Navidad perfecta.
• La vida real no siempre coincide con las postales.
• Ser honestos con límites y emociones.
• No todo se tiene que celebrar a lo grande ni con todos.
• Recuperar lo esencial: la compañía, el gesto, la presencia… no los objetos.
• Pedir ayuda cuando es necesario.
• Diciembre no es un examen emocional: es una época más, no una obligación de felicidad.
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