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| Teresa Berganza y Plácido Domingo interpretando "Carmen" en 1977 en Edimburgo - ABC

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Muere la mezzosoprano Teresa Berganza a los 89 años

Por Grupo Zócalo

Publicado el viernes, 13 de mayo del 2022 a las 07:52


Reconocida mundialmente, fue galardonada en 1991 con el premio Príncipe de Asturias de las Artes

España.- “Mi infancia y mi juventud están marcadas por la sucesión de los hechos más trágicos de nuestro siglo: las guerras. La guerra civil española. la segunda guerra europea, la postguerra o guerra fría, fueron acontecimientos que pudieron influir en mi joven vida dejando en ella una visión pesimista de la existencia y del mundo: odio, rivalidad, destrucción y muerte. Pero hubo siempre junto a mí una noble figura que cuidó de entregarme otra visión del mundo: optimista, bella, esperanzadora. Fue mi padre. De su mano y en sus brazos pasé innumerables horas en la contemplación de las obras del Museo del Prado, en mi Madrid natal. Madrid, que mis ojos de niña ven todavía envuelto en una aura de hermosura y grandeza, guardaba para mí -junto a aquella figura venerable- el germen de mi vocación artística”.

Con estas palabras comenzaba Teresa Berganza su libro ‘Flor de soledad y silencio’. La mezzosoprano, una de las más grandes cantantes de ópera de nuestro tiempo, ha fallecido a los 89 años. Su hijo Javier lo anunciaba así: “Ha fallecido mi madre esta mañana. Por deseo de Teresa no habrá tanatorio ni entierro público. Estoy seguro de lo lo sentís y lo entendéis”.

Teresa Berganza tenía un privilegiado refugio con vistas a la fachada del Monasterio de El Escorial, del que es vecina. No perdió con los años su carácter vehemente ni su independencia, y cualquier conversación con ella seguía siendo un gozoso torrente de recuerdos y convicciones. En los últimos años, su actividad -cuando la salud se lo permitía- eran las clases. “Me encanta estar con los chicos jóvenes. Cuando estoy con la gente mayor o de mediana edad, siempre se escuchan los mismos problemas. Te cuentan problemas, tristezas… Es lógico, pero a mi me gusta más hablar de otras cosas. Me gusta hablar de música, me gusta mucho que me hablen de literatura cuando saben más que yo. Me gusta hablar de pintura… Me gusta hablar de lo que he sido”.

Y es que Teresa Berganza fue una de las más importantes cantantes de ópera del siglo XX. Nació en Madrid -una ciudad de la que fue orgullosa embajadora- el 16 de marzo de 1933. Estudió piano, armonía, música de cámara, composición, órgano y violonchelo en el Conservatorio, pero pronto se decantó por el canto, disciplina en la que se formó junto a Lola Rodríguez de Aragón, a quien toda su vida se refirió como su maestra. Por entonces ya había pertenecido a la Masa Coral de Madrid, al Coro Cantores de Madrid e incluso había participado en varias grabaciones de zarzuela bajo la batuta de Ataúlfo Argenta.

Su debut oficial se produjo en el Ateneo de Madrid, el 16 de febrero de 1957, con el primero de una serie de recitales en los que interpretó el ciclo de Schumann ‘Amor y vida de mujer’. Poco después interpretó el papel de Trujamán de ‘El retablo de maese Pedro‘, de Falla, en el Auditorio de la RAI.

Aix-en-Provence y Maria Callas

Pero su carrera realmente empezó en el verano de ese mismo año, 1957, cuando canta en el festival de Aix-en-Provence, en Francia, el papel de Dorabella en la ópera ‘Così fan tutte‘, de Mozart. Un año más tarde sería Cherubino en la ópera ‘Las bodas de Fígaro’, también de Mozart, en el festival de Glyndenbourne, en Gran Bretaña; y viaja después a Dallas (EU) para cantar ‘Medea’, de Cherubini, junto al mito Maria Callas. De ella recordó siempre su profesionalidad y su generosidad. “En esa ópera, yo tenía un aria que cantaba junto a ella y que terminaba de espaldas al público y en su regazo. Me aplaudieron mucho, y ella me decía. ‘Date la vuelta, que esos aplausos son para ti’. Y no quería hacerlo estando ella, así que me tomó de los hombros y me giró para recibir el aplauso del público”, decía.

Mozart y Rossini fueron los pilares de los primeros años de la carrera de Teresa Berganza, desarrollada en los más grandes teatros de ópera del mundo: la Ópera de Viena, el Covent Garden de Londres, la Ópera de París, el Metropolitan de Nueva York… Y bajo la batuta de directores como Herbert von Karajan, Carlo Maria Giulini, Georg Solti, Rafael Kubelik, Claudio Abbado…

‘Carmen’

Siempre que Teresa Berganza pronunciaba el nombre de este último director italiano se le iluminaba la cara. Con él grabó (en disco y en cine, con dirección escénica de Jean-Pierre Ponnelle) una inolvidable versión de ‘Il barbiere di Siviglia’, y junto a él cantó por vez primera un papel que le marcaría tanto artística como personalmente: el de Carmen en la ópera de Bizet. Fue en 1977, en el Festival de Edimburgo, en unas histórica representación dirigida escénicamente por Piero Faggioni, y en las que estuvo acompañada por Plácido Domingo, Ileana Cotrubas y Sherrill Milnes; los mismos intérpretes grabaron un disco que es desde entonces referencia indiscutible de esta ópera.

“Cuando decidí cantar ‘Carmen’ después de rechazar, por miedo, varias veces el papel, me tuve que soltar muchas cadenas que tenía puestas por la educación, por la época que vivíamos -me contaba hace unos años-…

Empecé a leer y a prepararme interiormente. Tenía que saber cómo era esa mujer. Nunca fue una prostituta, aunque muchas veces la presentan así; si lo fuera no estaría trabajando en una fábrica de tabacos, sudando como una bestia.

Era una mujer a la que no se le escapaba el hombre del que se enamoraba. Y yo pensaba: ¡cuánto tiempo he perdido esperando que un hombre se acercara a mí! Si un chico me gustaba, yo esperaba que me dijera algo… Cuando yo hice “Carmen” estaba en un momento muy difícil. Félix, mi marido, no quería que la cantase, porque decía que el público estaba acostumbrado a ver unas cármenes con voces desgarradas y a mí me iban dar una paliza. Eso no me importaba; yo quería sacar la Carmen mía, la Carmen que había leído y que había sentido. Y reflejarme en ella. De entrada, dice: “no sé cuándo os amaré”. Ya puede venir cualquiera –para mí, en aquella época, Gary Cooper-. Y me hizo tomar fuerzas para divorciarme”.

Zarzuela y música española

Fue también una excelente liederista y una defensora de la música española y de la zarzuela, que siempre incluía en sus recitales, y que difundió como nadie. También de la música antigua. “De vez en cuando me gusta volver al Renacimiento y el Barroco, es volver al origen”. Pero su mundo era la ópera, donde brindó magníficas lecciones, y de la que se encontraba en los últimos años algo alejada; eran pocas las veces que salía satisfecha de una representación.

Yo creo en la ópera como teatro, y teatro moderno. Pero eso no justifica los excesos. Tampoco desde el punto de vista estético. Siempre ha habido cantantes gordos estupendos, a los que se ha vestido muy bien. ¿Por qué tienen que ser ahora todos delgados? Es mucho más bonito para el espectador, sí, pero ¿por qué tiene que ser así? Yo siempre he puesto como ejemplo cómo se vestía Jessye Norman. Veías su cabeza, tan bonita, y luego nada más que telas. Y cantaba maravillosamente… Sé que puedo parecer la mala de la película -sigue tras un breve silencio-, pero es que yo defiendo la música y amo la ópera con pasión. Y me gustaría vivir cuatrocientos años y volver a empezar cantando ópera, y defendiéndola como la he defendido”.

 

Precisamente su defensa de su manera de entender la ópera le llevó a no cantar durante años en su ciudad natal, Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, sede del género antes de la reapertura del Teatro Real. La acústica, se justificaba, era muy deficiente, y ella no quería ofrecer ópera en aquellas condiciones. Pero finalmente, accedió a cantar y en 1991 ofreció al público madrileño su más célebre interpretación: ‘Carmen’.

Teresa Berganza tuvo con el pianista Félix Lavilla, su primer marido -tras su divorcio se casaría con el exsacerdote José Rifá, del que también se separaría tiempo después -, tres hijos: Teresa, Javier y Cecilia.

Lo peor de su carrera -“no fue nada fácil hacerla siendo madre con 24 años”- fue tener que separarme de sus hijos. “Porque cuando tuve a mis hijos me dije que los tendría para estar conmigo. Recuerdo especialmente unas navidades en Nueva York con ellos; hice ocho recitales en todo Estados Unidos y seis funciones de “El barbero de Sevilla” en el Metropolitan. Pues entre aviones y hoteles, al volver tenía cien dólares en el bolsillo. Pero la felicidad de ver la cara de mis hijos delante de la juguetería que hay en la Quinta Avenida no se me ha olvidado nunca”.

Retirada

Aseguraba Teresa que no le fue difícil dejar los escenarios después de más de medio siglo de carrera. “Lo decidí porque llevaba mucho tiempo cansada. Las frases largas se me quedaban a la mitad; no lo notaba nadie, pero yo sí. Y sabía que tenía que dejar de cantar, faltaba decidir cuándo. No quería por nada del mundo hacer una despedida.

Y estaba cantando en Santander -ese día estaba muy bien de voz- el día en que a mi nieta, que había estado a punto de morirse por una leucemia, la operaban de apendicitis. Pensé en suspender, porque tenía la cabeza en otro sitio, pero mi hija me convenció de que no; me prometió tenerme al tanto, porque a mí no me importaba parar el concierto y coger un avión si hiciera falta. Y fíjese lo que son las cosas: llegué a Santander y llamé a mi hija para preguntar cómo iban las cosas.

Me dijo: “Mamá, canta tranquila, porque han visto algo y la operación seguramente va a ser un poco más larga”. Fue decirme eso y me quedé sin voz. Salí a cantar, y a los dos compases tuve que dejarlo, porque no tenía voz. En ese momento, decidí que no cantaba más. Era el momento de retirarse. Por mi nieta, y porque la voz me podía fallar en cualquier momento”.

Fue siempre una mujer vehemente y libre que decía lo que pensaba, y que durante un tiempo fue conocida por la frecuencia con la que anulaba sus compromisos. “Ya sé que me llaman Madame Annulation -decía-, pero anular es un supremo acto de respeto, es también un acto heroico de humildad, es -en definitiva- una consecuencia necesaria y a menudo inevitable de la servidumbre de la condición humana del artista”. Y usaba un ejemplo muy gráfico: “Cantar es hacer el amor con el público, ¿cómo voy a planear que voy a hacerlo dentro de seis años, dos meses y catorce días?”

Teresa Berganza recibió el premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1991 junto a otros seis cantantes líricos españoles: Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé, José Carreras, Pilar Lorengar, Alfredo Kraus y Plácido Domingo. También fue nombrada por unanimidad académica de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, siendo la primera mujer y la primera cantante que ingresa en esta institución. Son solo algunos de los premios de una cantante que consideraba el cariño del público como uno de sus mayores galardones: “He sido una artista muy querida, y de forma muy cercana y muy tierna. Y ahora sigue siendo igual”.

Yo he sido una enamorada de mi voz -me decía en una entrevista reciente-. Cuando estaba bien. Cuando estaba mal me quería suicidar. Y cada día de mi vida, que mi voz estuviera bien era para mí la mayor felicidad. No pensaba en mañana ni en cuanto iba a durar, no. La felicidad es oírte… Y poder hacer felices en dos horas a mil quinientas personas. Yo, en realidad no he cantado para mí. He querido conquistar a esas mil quinientas personas y conquistarlas con la perfección, con la pasión, con todo”.

 

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