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Coahuila

No debería ser… 

Por Alejandro Irigoyen Ponce

Hace 1 año

El brutal asesinato, el viernes pasado, de la maestra de inglés, Susana Mireles, a manos de su esposo, Iram, conmocionó a la sociedad saltillense, por brutal, por absurdo, por el hecho de que los hijos de la pareja estaban presentes, y porque exhibe, otra vez, el grado de descomposición que sufrimos y los atavismos, como el machismo más rupestre y la misoginia más irracional, que continúan presentes en lo más profundo, en la raíz de nuestro entramado social.

El domingo, durante los funerales de esta estimada maestra, una familiar cercana expresó que ella no debió morir así. Y sí, ni ella, ni ninguna de las víctimas fatales de la violencia que está desatada en nuestras calles y hogares debió morir, si fuésemos una sociedad distinta a la que somos y si tuviéramos un sistema de procuración de justicia diferente, sustancialmente diferente al que tenemos, pero desgraciadamente somos una sociedad violenta en la que reina la impunidad.

El dramático y doloroso caso de la maestra Susy es esa suerte de punta del iceberg que visibiliza un fenómeno muy extendido y cotidianamente presente, el de la violencia familiar. Y le comparto un dato que ayudará a dimensionar de qué estamos hablando: Coahuila ocupa hoy el cuarto lugar nacional en violencia familiar: en el primer trimestre del año se reportaron 8 mil 759 llamadas al 911 por ese motivo. Así de grave. Leopoldo Mireles, hermano de la docente fallecida, lanza, desde el dolor, un consejo, y cito: “no se queden calladas; si tienen problemas díganlo primero con la familia y demanden ante las autoridades, porque tragedias como esta pasan porque se quedan calladas”.

Sí, ninguna mujer se debe quedar callada y ante el primer empujón, ante el primer golpe, debe advertirlo a su familia y denunciarlo ante las autoridades, ya que eso, la agresión, solo puede subir de intensidad y frecuencia y puede, potencialmente, desencadenar eventos trágicos.

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