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Presidencia, ¿en riesgo?

Por Raymundo Riva Palacio

Hace 2 años

Los resultados de la consulta popular del domingo son altamente significativos. Al consumarse el primer ejercicio de democracia participativa –mediante el cual se evalúa la gestión pública– el porcentaje de quienes votaron por el “Sí” merece analizarse con mayor cuidado y fuera de la coyuntura del plebiscito mismo, porque permite tener un primer mapa de navegación para la cita de marzo de 2022, cuando se ponga en juego el sentir de los ciudadanos sobre si el presidente Andrés Manuel López Obrador, debe permanecer en el cargo o tiene que renunciar.

Bajo esa perspectiva de mediano plazo, la consulta le sirve al Presidente para ver en dónde falló la movilización de Morena, a fin de ajustar la maquinaria electoral y evitar que la sociedad mexicana le vaya a dar un susto en 2022. La convocatoria de su partido no funcionó, como refleja el conteo rápido del Instituto Nacional Electoral, y se quedó muy debajo de las expectativas que habían creado el Presidente y la promoción justiciera realizada por su partido.

Según una encuesta publicada por El Financiero la semana pasada, 31% de los entrevistados –una tercera parte del padrón de alrededor de 90 millones– decía que “mucho” le interesaba ir a votar, y de ellos, 61% de quienes se declaraban morenistas, aseguraban ser los más dispuestos a ir a las urnas. No lo hicieron.

La dirigencia nacional de Morena urgió a los gobernadores y a la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, a trabajar para alcanzar una participación numerosa, pero se quedaron lejos de ella. Si se compara el porcentaje de electores en la cuenca del descontento que controla Morena o los estados del sur bajo su dominio total, la movilización no tuvo suficiente poder para que fuera a votar 50% de las personas que salieron a respaldar al partido en julio pasado.

En la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, donde se encuentra el bastión de López Obrador y la fuerza real de su poder, apenas salió a votar por el “Sí” alrededor del 40% respectivamente. Ambas entidades son parte de las cinco que concentran el voto nacional, y salvo Jalisco, la tercera en importancia, las otras dos las gobierna Morena.

En Veracruz y Puebla, los estados cuatro y cinco con mayor peso electoral, solo la mitad de los simpatizantes de López Obrador respaldaron su consulta. En Tabasco, apenas una tercera parte de quienes votaron por Morena en julio, salieron a respaldar a su paisano, y en Chiapas, alrededor del 40%. La fuerza de Morena en esas entidades se vio sin estamina, como también se apreció en otras entidades como Guerrero y Morelos.

La dirigencia de Morena clamó victoria en la consulta, pero más allá de su realización o los resultados del domingo, en la perspectiva de la revocación de mandato, la maquinaria que salió a las urnas se aprecia débil, pese a que el número de personas que salieron a apoyar el “Sí” fue superior al voto que tuvieron en las pasadas elecciones nacionales el PRD, Movimiento Ciudadano, el Partido Verde, PT, o los tres que perdieron su registro. Es decir, no estuvo nada mal si se hace la analogía con otros partidos, pero fue muy deficiente si lo que necesitaban probar era el respaldo para López Obrador.

Hay que precisar que la participación de la consulta no se puede extrapolar mecánicamente al plebiscito para la revocación de mandato. La consulta, más allá de la ambigua y confusa pregunta, no tenía ningún impacto directo sobre la vida cotidiana de los electores, ni era tangible en ellos el sentimiento de pérdida o ganancia. Era un ejercicio aséptico donde palabras como “democracia participativa” no tienen ninguna asidera tangible para la mayoría.

A diferencia de un proceso conceptual, como fue la explicación sobre la importancia de haberse realizado esta consulta, un referéndum para ver si se quiere que López Obrador siga o no despachando en Palacio Nacional, tiene motivadores totalmente diferentes que tocan las fibras del sentimiento, en uno y otro lado. Su nombre agita siempre los termómetros de mercurio.

Como se ha visto en las encuestas de aprobación presidencial, la personalidad y el carisma de López Obrador se mantiene muy sólido entre la población, y le perdonan la mala gestión en los asuntos de Gobierno. Llevarlo a la disyuntiva de que pueda hacerlo dimitir, introduce un elemento emocional al proceso que sí podría significar para muchos el sentido de pérdida. La consulta sobre la revocación de mandato tendrá otro tipo de participación, probablemente con números significativamente más altos que el domingo pasado, lo que ayudaría y agregaría a la movilización de Morena.

La otra cara, y de ahí la importancia también de analizar la participación del domingo, es que el diagnóstico sobre la capacidad de Morena para llevar personas a las urnas resultó negativo a solo ocho meses del referéndum sobre la revocación de mandato. Entonces, si a López Obrador le sirve el resultado para analizar en dónde está débil para reforzar el trabajo político-electoral, también a sus adversarios, que seguramente están trabajando para construir bloques de votantes que pidan su renuncia, y les será útil el mosaico de las debilidades del apoyo presidencial.

Será interesante ver la forma como López Obrador va desdoblando su estrategia hacia marzo del próximo año y qué hará. Mantener la polarización y la confrontación, como se observó en las elecciones de julio pasado, donde Morena perdió un buen trecho de lo ganado en 2018, parece una ruta con rendimientos decrecientes. Pero al mismo tiempo, establecer puentes con tantos sectores con quienes ha antagonizado, lo haría perder clientelas radicales sin conseguir la persuasión de otros, como las clases medias que votaron por él hace tres años, a las que ya perdió.

Polarización, destino manifiesto del régimen, tendremos. La lucha será de estrategias y trabajo político-electoral, sobre todo para López Obrador, pues su Presidencia sí parece, hoy en día, estar en riesgo.

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