Coahuila
Por Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola
Hace 1 mes
Hay cosas de nosotros mismos que debemos controlar, so pena, de que nos destruyan. Entre ellas tenemos:
Dos ojos que como dos águilas, no se contentan con la estrechez de su nido, sino que surcan los cielos buscando contemplar la inmensidad del horizonte.
Una boca que como la corriente de un caudaloso río, habremos de contener y canalizar para que no inunde pueblos y ciudades, sino para que riegue serenamente los campos y coseche frutos de vida y felicidad.
Dos oídos, que como dos grandes puertas con cerrojo y pasador, hay que saber cuándo abrir y cuándo cerrar, para dejar entrar o salir sólo riquezas para el alma.
Dos manos, que como dos cuchillos, hay que aprender a usar, no como armas que aniquilen, sino como instrumentos de curación, que sanen las heridas de la sociedad.
Dos pies, que como las vías de un tren, hay que usarlas para acercarnos a la gente no para huir ni separarnos de ella.
Sentimientos, que no dependen de los demás, pero que habremos de aprender a manejar, para que no se exalten de más hasta desbocarnos, ni nos hagan sentir menos, que nos depriman y nos arruinen. Emociones, que son como los fuegos artificiales, que centellean los cielos de radiantes colores, provocando júbilo a raudales, pero que mal usados, pueden, como la pólvora, explotar y todo incendiar.
Por fuerte que parezca, lo anterior es nada, si no sabemos cómo dominar, ante las tormentas y veleidades de la vida, el timón del barco, que es nuestra voluntad.
Esta última es como un toro bravío, que con toda su fuerza puede cornar, matar y destruir, pero que domesticado, puede dirigir una pesada yunta, con la cual labrar una vasta extensión de tierra, para sembrar o cosechar alimento para un pueblo, y que unida a la voluntad de más gente, bastaría para alimentar a toda la humanidad. Para dominar todo esto, se necesita, sin duda, la fuerza de un Hércules, y la humildad de un cervatillo,
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