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Sí, patroncito…

Por Francisco Martín Moreno

Hace 3 años

Hace unos días releí a Erich Fromm en su Anatomía de la Destructividad Humana, una lectura indispensable en nuestros días, en cuyas líneas me encontré con la descripción casi perfecta de la personalidad de López Obrador.

¿Cómo explicar, se pregunta el doctor Mariano Gutiérrez, el placer que la crueldad procura al hombre al agredir a otro hombre o a los hombres? ¿AMLO se ha dolido, acaso, del medio millón de muertos por coronavirus o por los pequeñitos sin quimioterapias? ¿Es un Presidente humanista?

Los animales nunca atacan o hacen sufrir gratuitamente a otro principalmente a un coespecífico. El animal percibe como amenaza el peligro claro y presente, pero el hombre dotado de la facultad de prever imagina, no solo reacciona, ante los peligros del futuro.

Debemos distinguir en el hombre dos tipos de agresiones: una, que comparte con todos los animales, es un impulso programado para atacar o huir cuando están amenazados sus intereses vitales. Esta agresión benigna, defensiva, está también al servicio de la supervivencia del individuo y cesa cuando cesa la amenaza. El otro tipo, la agresión maligna, o sea la crueldad y la destructividad, es específica de la especie humana y su satisfacción es placentera.

En este caso, el deleite que provoca la destrucción es un medio sádico para obtener un fin deseado que puede desembocar en voracidad o insaciabilidad, de ahí que un AMLO insaciable, mande “al diablo a las instituciones” para eternizarse en el poder sin importarle la escisión política del país, de lo que ya hablan 10 gobernadores.

El sádico disfruta la irritación social cuando clausura el NAICM, cuando impone a un candidato violador de mujeres con un desquiciante “¡Ya chole!”, o cuando alega tener “otros datos” y disfruta a carcajadas el sentimiento de impotencia social que despiertan sus
declaraciones.

AMLO goza el sufrimiento ajeno como cuando manda inundar Tabasco o cierra las estancias infantiles o se burla del electorado al rifar sin rifar, el avión presidencial, o al prometer el encarcelamiento de la “Mafia del Poder” sin encarcelar a nadie, o al someter al Poder Judicial con la amenaza de de-saparecerlo si no acata sus instrucciones. Leamos a Fromm:

“El fondo del sadismo. es la pasión de tener poder absoluto e irrestricto sobre un ser vivo… Obligar a alguien a aguantar dolor o humillación sin que se pueda defender es una de las manifestaciones del poderío absoluto, pero no la única. La persona que tiene un poder total sobre otro ser vivo hace de ese ser su cosa, su propiedad, mientras que ella se convierte en Dios del otro ser. Es la religión de los lisiados síquicos”. (p.292)

El sádico es un ser vengativo, un cobarde empeñado en vengarse de todos, en dañar a todos, México y el mundo entero, incluidos. ¡Claro que quisiera castigar a quienes no votaron por él o se atreven a refutarlo o a criticarlo. Los sádicos siempre están sometidos a otro poder superior al que temen. ¿Dios? ¿Trump? Frente al sádico está la sociedad masoquista, nosotros, incapaces de defendernos en aras de la supervivencia.

El sádico, una persona reprimida y represora, incapaz de relacionarse con los demás, trata a las personas como cosas inanimadas, ve en ellas un mero interés funcional.

Quienes encumbraron a AMLO en el poder, incluidos los integrantes de la 4T y sus legisladores, son, para el Presidente, objetos de uso, seres inertes, sin vida, abióticos, piedras, sí, piedras que él mueve a su gusto o, si se desea en otro contexto, “mascotas” carentes de voluntad, “a las que se les debe dar su alimento”. Las tendencias sádicas están significativamente relacionadas con tendencias políticas que apoyan el militarismo y la represión contra los disconformes. El poder absoluto cancela la visión de humanidad que impide caer en la plena destructividad.

A los sádicos los mueve el odio, el racismo, el derramamiento de sangre y la destrucción. ¿Acaso AMLO se ha alarmado por los 75 mil homicidios dolosos solo durante su Gobierno? Los sádicos establecen un régimen de terror fiscal o penal, del que la sociedad cobarde se defiende con un simple: “Sí, patroncito, lo que sus mercedes deseen”.

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