Si algo tiene el virus Sars-CoV-2, es una extraordinaria capacidad de mutación que le garantiza lograr su objetivo, que no es otro más que propagarse, y cada vez que lo hace, resulta más eficiente y, por lo tanto, más peligroso.
Tenemos prácticamente dos años bajo el yugo de este enemigo formidable, y cada vez que parece estar bajo control, nos sorprende con una variante, tal como sucedió con Alfa, que se detectó en Reino Unido, para luego propagarse por el mundo entero, y luego Beta, en Sudáfrica; Gamma, en Brasil y Delta, que se descubrió inicialmente en India y se consideraba la más peligrosa de todas… hasta que llegó Ómicron.
Sí, encararemos el fin del segundo año de la pandemia, y el inicio del tercero con una mutación que enciende todos los focos rojos de alarma en el mundo –menos entre las autoridades mexicanas, por supuesto– ya que resulta una especie de versión Delta, pero con esteroides.
Nadie puede proyectar con solvencia cuántas variantes o mutaciones del Covid-19 se presentarán en un futuro cercano, pero lo cierto es que aún falta, y por lo visto mucho, para lograr sacudirnos a este coronavirus.
El analista Jorge Zepeda dice, y dice bien, que habrá que aprender a vivir con el Covid, si es que queremos vivir, y punto.
Tiene razón, habrá que aprender a vivir, o más bien, sobrevivir bajo las reglas de convivencia social que impone este virus potencialmente letal y que parece empeñado en decirnos, una y otra vez, que el mundo, tal como lo conocíamos antes de su irrupción en el escenario global, simplemente ya no podrá ser, al menos durante muchos meses, sino es que años, más.
Y ni hablar, así nos tocó, una época en la que hay que luchar, todos los días y en todos lados, contra un monstruo invisible y despiadado, y eso es urgente que lo asimile la totalidad de la ciudadanía.
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