Saltillo, Coah.- Es un hombre que sorprende por su enorme sencillez y sensibilidad, a pesar de ser reconocido como uno de los mejores músicos del país y que su música lo ha llevado a tocar en diferentes países, donde goza de gran éxito.

Celso Piña, quien está a punto de cumplir 35 años de carrera artística, busca dejar huella, a pesar del cariño que se ha ganado con público de todas las edades.

Llamado el “Rebelde del acordeón”, al no ser él el típico músico mexicano de este instrumento, comparte su gran amor por la música y por su padre, quien lo apoyó desde sus inicios y continúa haciéndolo.

En entrevista exclusiva para Zócalo, Celso Piña, invitado especial del Festival Internacional de las Artes Coahuila Julio Torri, comparte sus inicios, cómo el apoyo de su padre y su amor por la música fueron definitivos para su carrera.

AMENA CHARLA

Llega al restaurante del hotel donde se hospeda, acompañado de su inseparable acordeón, el cual de-senfunda y pone en primer plano antes de iniciar la amena charla.

Y es que platicar con Celso es una muy agradable experiencia, pues se muestra tal como es, sin poses, sencillo, bromista y con un excelente sentido del humor.

Comparte que las más de tres décadas en la música no han sido fáciles y más cuando se quiere mostrar algo diferente a lo que regularmente se escucha.

“Corría el año de 1975, presente lo tengo yo, cuando Chito Cano agarró a balazos… jaja no”, dice lanzando una carcajada que hace voltear a más de uno que se encuentra en el lobby y que lo ubican, para no quitar atención al “Rebelde del acordeón”.

“Fue cuando este Celso Piña tuvo una idea, un sueño de interpretar música colombiana en vivo, porque se escuchaba en sonideros, y yo dije ‘sí le gusta a la raza’, pero no hay quien la toque en vivo, pues vamos a echarnos el compromiso”, añade.

Entonces, Celso, quien en esos momentos era parte de otras agrupaciones que tocaban rock and roll mexicano, cumbia mexicana y baladas en su natal Monterrey, empezó a escuchar ese ritmo que lo atrapó por completo y a investigar sobre él.

Aun no tocaba el acordeón, sólo órgano, teclado y guitarra, que aprendió de forma autodidacta, con sólo escuchar el ritmo y practicarlo.

Pero entonces escuchó a los Corraleros del Majagual, a Alfredo Gutiérrez, Aniceto Molina, entre otros, con los que se identificó y supo que quería hacer esa música.

“Me pregunté por qué no hay nadie que la toque en vivo, se me hizo muy interesante.

“Le dije a papá: oye maestro (siempre le he dicho así), necesito un acordeón porque quiero tocar esta música, me gustó mucho. Estuvimos platicando para ver si no era pura chiflazón la mía, yo tenía unos 17 años y dijo échale”, agrega.

Precisa que entonces su papá le consiguió un acordeón de teclas, pero él quería uno como el de las portadas de los discos, con botones, porque pensaba que no se escucharía igual.

Su padre cambió el acordeón y le llevó uno con sólo dos hileras de botones, pero con eso tuvo para buscar cómo tocar el instrumento totalmente desconocido por él.

“Empecé a tratar de tocar sobre los discos, no sabía nada, tuve que alquilar los discos porque yo no tenía dinero para comprarlos”, relata.

Celso no trabajaba en la música, pues sus presentaciones con las agrupaciones eran esporádicas y no vivía de ello.

Era repartidor en una tortillería, pero también fue empleado de una fundidora de metales, entre otros trabajos.

“Alquilaba un disco de martes a sábado por 2 ó 3 pesos y me iba corriendo a casa, y así pasaba el tiempo, creo que pasé alrededor de tres años aprendiendo solo”.

Su papá le dijo entonces que buscara a alguien que lo enseñara, pero no entendían la música nueva para ellos, ya que eran músicos de corridos, huapangos y polkas.

Llegó con su disco, con un señor que era muy bueno para el acordeón y que le habían recomendado. “Le dije, ¿qué le parece si escucha una canción y luego me dice cuándo vengo?, él dijo ‘es pan comido, ven mañana y te saco todas las canciones’ y yo me fui bien contento a la casa.

“Al día siguiente me dijo: ‘ahí está tu chingadera, no entendí ni madres, no entendí nada’, y me fui desconsolado y llorando de coraje”.

Entonces, su padre le dio ánimos para aprender solo, ya que siempre confió en la determinación de Celso para lograr todo lo que se proponía.

“Me dijo no batalles cabrón, hazlo tú solo”.

BUSCABA SU SUEÑO

Las muchachas y la palomilla tenían que esperar, pues Celso tenía un objetivo: lograr su sueño de tocar la cumbia colombiana.

Indica que salía del trabajo, y en vez de corretear a las muchachas en la colonia Roma o jugar futbol con los amigos se encerraba en el sótano de su casa en en el barrio La Campana.

“La raza me decía ‘¡Hey Celso, vamos sobre las rucas!’ a una tienda que había y una placita que estaba a todo dar y le decía yo a mamá: si viene Javier, ‘La Vaca’ o ‘Tato’, dígales que estoy enfermo.

“Yo me encerraba y se me iba el tiempo, parecía que estaba enclaustrado. Mamá me gritaba para que subiera a comer y yo ni la oía, y me dijo ‘¿sabes qué m’ijo? búscame un palo de escoba, cuando te traiga la comida te voy a pegar dos veces para que salgas’, y yo bien entrado sólo agarraba la comida escuchando la música y seguía tocando”, agrega.

Hasta el momento en que le mostró los avances a su padre, quien le indicó que se escuchaba muy bien, pero que necesitaba tener un repertorio de al menos 10 canciones con las que pudiera tocar.

INICIA ‘LA RONDA’

Entonces, empezaron a juntarse amigos que también gustaban de la música y formaron La Ronda Bogotá, y ya con un repertorio lo empezaron a invitar a fiestas donde sólo pedía que rentaran el sonido o instrumentos y tocaban gratis.

Se empezó a hacer famoso en el barrio, y luego en las colonias como La Independencia, La Risca, Burócratas, entre otras, y es donde cobraba sólo para alquilar el equipo.

Hasta que unos amigos sonideros le dijeron que un chilango apodado “El Galán” llegaba a dejarles promociones de discos en el edificio Latino, en el Centro de Monterrey, y lo animaron para que le mostrara su música con esperanzas de que le grabaran un disco.

Así que Celso precisa que lo conoció y al otro día lo llevó a su casa para que pudiera escuchar a su Ronda Bogotá.

“Yo le dije a mi papá, necesito una lana para comprar un aparato y rentar los demás”.

“El chilango me dijo ‘tocan chido, a todo dar’ y preguntó ‘¿quieren grabar un disco?’”.

La grabación se hizo en 1980, pero fue hasta casi dos años después que le dijeron que ya estaba el disco con la compañía Peerless y luego lo escuchó en la radio.

Para Celso su primer disco ha sido el más importante en su vida, porque hasta los locutores le decían que regularmente de los demás artistas sólo se escuchaban dos y máximo tres canciones, pero la gente pedía todas a la radio.

“Me deían que le tenían que dar vuelta al disco, que ni con Los Beatles les había pasado y que los teléfonos estaban en friega, pidiendo una y otra”.

“Cumbia para bailadores” fue la rola con la que la gente lo conoció en los barrios, donde sólo esperaban que Celso grabara su disco.

Jamás se imaginó ver que la gente hacía filas para comprar su primer disco y “El Galán” lo llevó en su “bochito” a las discotecas del centro de Monterrey, para comprobar el éxito de la producción discográfica.