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El pueblo de cristal

  Por El Universal

Publicado el domingo, 4 de diciembre del 2011 a las 17:00


Quince mil artesanos de una pequeña comunidad de la sierra norte de Puebla lograron derrotar al dragón chino

México, DF.- Bajo la mirada de Antonia, Ismael Cruz sopla, sopla y sopla. El vidrio comienza a estirarse como una goma de mascar y se infla bajo el azul-morado-rojo de la flama de fuego, hasta llegar al número 12: el mayor en la escala de medidas para las esferas redondas. Viste un pantalón y una camisa negra, lo que produce una sensación más fuerte de calor en esta área de globeo artesanal, donde Ismael hace hasta 400 piezas “de las chicas” y otras 200 “de las jumbo”, dependiendo del modelo que estén praparando.

“Todos los días es diferente, por eso me gusta mi trabajo, y pos’ claro, de aquí sale pa’ los estudios de mis hijos, tiene que gustarme”, dice orgulloso el hombre de 43 años. Él y sus cinco hermanos trabajan desde hace años en la artesanía de vidrio. “¡Claro que en mi casa ponemos árbol de Navidad. No puede faltar. También nacimiento”. Por los adornos no se preocupan.

Antonia Bonilla ordena, supervisa, autoriza, rechaza. Lleva 23 años de su vida cuidando que desde su gestación hasta su nacimiento, millones de esferas sean cuasi perfectas antes de convertirse en una historia de árbol o en un decorado navideño.

Ella nació aquí, en Chignahuapan, un pueblo con nombre de origen náhuatl que significa “lugar de los nueve ojos de agua” o “en las nueve aguas”. Un municipio de la sierra norte de Puebla que tiene poco más de 51 mil habitantes y que ostenta el primer lugar en producción anual de esferas navideñas a nivel mundial. Entre 70 y 75 millones de piezas que mutan en cualquier forma: payasos, peras o manzanas, campanas, muñecos de nieve, uvas, gotas, hongos o casi diminutos aretes decorados como una esfera de mayor tamaño, pasando por las clásicas de color uniforme, lisas, en rojo, verde, plateado y dorado, entre muchas otras.

La figura menuda de Antonia contrasta con su mirada fuerte y el rigor de supervisión en la fábrica Esnaviso, donde trabaja como encargada de personal. Ella dirige entre 30 y 40 artesanos que participan en la elaboración a mano de esferas y adornos navideños, que soplan o globean el vidrio para darle forma, que metalizan o platean, pintan o matizan; que decoran, cortan, encasquillan o empacan.

En el lugar de “las nueve aguas”, la producción de esferas es herencia y tradición. La fábrica donde trabaja Antonia, hace más de veinte años, la fundó Odilón Lozada y ahora la supervisa su hijo, Germán Lozada. La empresa es una herencia que produce casi cinco millones de piezas año tras año. Es una de las 10 fábricas de esferas en Chignahuapan. La de los Lozada aún no crece tanto como para utilizar maquinaria todo el año para el proceso de globeo de vidrio, montaje de anaqueles o carritos de súper para los visitantes, como es el caso de la fábrica Anvisa, unas instalaciones que sobresalen del resto porque tienen la forma de un castillo.

Por el contrario, Esnaviso tiene una presencia discreta en la colonia Centro, pero los colores, formas y olores en su interior mantienen diálogo permanente con los artesanos que les dan vida y contribuyen al incremento de los últimos años en derrama económica por actividades relacionadas con el área turística y que en 2010 alcanzó 500 millones de pesos, 200 de los cuales provinieron de la producción y comercialización de esferas.

La tierra del color

“¿Que cómo aprendí a globear? Pos’ nomás viendo a otros globleadores más grandes”, dice Ismael, así, como si globear fuera un verbo. Cuenta que nunca ha tenido un accidente, que nunca se ha quemado, porque hay que globear con cuidado. “Bueno… quizá alguna vez, un poquito, leve”, admite el artesano de 43 años, mientras toca sus guantes de tela con los que trabaja, como aquellos que se ponen los niños de la escolta en las escuelas. Nunca usa otros. No hay otros que protejan mejor sus manos de las quemaduras, dice.

En los últimos días del mes de noviembre, todavía es temporada alta de producción y venta para todo Chignahuapan, así que Ismael y otros tres de sus compañeros no paran: van encimando cientos de esferas, una tras otra, hasta dejarlas listas para recibir pintura directa o ser metalizadas. En los meses previos, cada uno tiene una función especial. Algunos se dedican sólo a crear campanas, otros a elaborar trompetas, y así. Pero ahora no hay tiempo. A todos les toca cualquier forma.

Esnaviso sólo cuenta con una máquina para globeo de vidrio y sólo se ocupa en este periodo para cubrir la demanda en tiempo. Están saturados. Máquina y hombres: a globear se ha dicho.

Impresiona la habilidad de tres jóvenes mujeres en el área donde se metalizan las esferas que luego serán decoradas a mano. Montan en pocos minutos 900 piezas en las “arañas” o soportes de un carro que otro joven introduce en el contenedor donde se funde el aluminio que ahí mismo las cubre a propulsión.

Luego las desmontan y en cajas se van directo al área de pintura, donde al entrar es persistente el olor a lacas, solventes y anilinas que se utilizan para la capa de pintura previa a la fase de decoración.

Nadie aquí utiliza mascarilla o tapabocas que les proteja de aspirar estas sustancias durante ocho horas de labor. Uno de los tres artesanos que están ahora trabajando dice: “Uno se acostumbra”. Los otros dos asienten con la cabeza. Entre ellos está José Luis Hernández, de 21 años, quien vive una parte del año con sus papás en la Ciudad de México y la otra con sus abuelos en Chignahuapan. “Aquí la vida todavía es más tranquila que allá y pues… aquí puedo tener trabajo”.

Sin dejar de introducir esferas en el interior de la pintura fucsia, José Luis cuenta que puede pintar entre tres y cinco mil esferas cada día. “La primera vez es supercomplicado, pero cuando le agarras el modo, te vas tendido, rápido”. Los colores comienzan a ser luminosos en esta parte de la fábrica; lo que era opaco se vuelve rojo, verde, azul, morado. Mate o con brillo.

La mayoría de las sustancias que se utilizan en esta parte del proceso de creación de esferas, explica Antonia, es de origen alemán. Dice que aunque son más caras que las materias mexicanas, sí son de mejor calidad, sobre todo porque su uso implica mayor duración para el cliente. “Entre cinco y diez años, sobre todo si no hay niños en casa. Si los hay, con todo gusto los atendemos aquí al año siguiente”.

Antonia lo sabe por experiencia desde hace mucho. Siendo un niño de cinco años, su hijo Jaime insistió en que le permitiera tener un perro y cuando éste recién llegó a su casa, se puso a correr y tiró el enorme árbol de Navidad de la familia, tipo canadiens, adornado con casi 200 esferas que ella había seleccionado desde el proceso de globeo; había preparado personalmente la pintura y el cuidado del diseño. “Ahora me da risa, pero en su momento, bueno, ahí se fue el costo de un árbol en el que hoy podría invertir unos tres mil pesos. Ahora, como entonces, mis esferas tienen que ser perfectas”, cuenta.

La degustación visual continúa en el área de decoración de esferas, redondas o no. Grandes, medianas, pequeñas. Transparentes, metalizadas o matizadas. Rojas, verdes, amarillas. Algunas cuelgan de una línea de mecate viejo cubierto de polvo, como ellas. Desde las que no se dejan de producir cada año, como las de fondo dorado con flores de Nochebuena o tres velas, que son de las más vendidas en dos décadas, nunca salen de circulación; hasta aquellas más raras, como esa cabeza de Santa Clos sin terminar que no llegó a tener ojos –número 12, 120 milímetros, el máximo en la escala de tamaños que se manejan–, y uno de los más de 300 modelos del catálogo de Esnaviso, que solo se realizan por pedido, pues de otra forma no se venden.

“Si sacamos un modelo a venta sale con 500 cajas, por cliente podemos vender hasta unas 50 cajas. Si es comercial se sigue haciendo y si no se retira del mercado”, señala Antonia.

Sentada frente a una de las largas mesas donde se colocan, de un lado las esferas por pintar, y de otro las ya pintadas, está Jessica Rivera. Tiene 16 años y antes de llegar a su media jornada de trabajo, ya cuenta dos montañas de esferas que casi suman las 500 piezas color café con líneas doradas encima, que hoy mismo serán encasquilladas en otra parte de la fábrica.

Niños artesanos

Detrás de Jessica está Alexis, de ocho años, y no sólo acompañando a su madre, quien tímidamente se distrae unos segundos de su labor. Mientras ella coloca pegamento sobre campanas color plata mate, él deja caer brillos del mismo color sobre líneas definidas que rodean la figura.

Frente a ellos, del otro lado de la mesa, Ana sostiene una esfera lila a la que le aplica brillo morado en líneas curvas. Este año, explica Antonia, la mayor demanda de color está en el morado y el lila, en combinación con plata. “Eso de los colores muchas veces tiene que ver con eso del Feng Shui, para nuestra sorpresa muchos pedidos se basan en eso”.

Otras dos mujeres que están en otros extremos del área se advierten hábiles decoradoras. Muchos otros decoradores, trabajan para la fábrica esta parte del proceso durante esta época, la más fuerte del año, pues con los que trabajan de forma permanente en la fábrica, dice Antonia, no se lograría cubrir la intensa demanda. “Sobre todo si se quiere mantener calidad al tiempo que se produce más, llegamos a producir 15 mil piezas diarias, simplemente no podríamos”.

“Nuestro trabajo –dice Antonia– no tiene nada que pedirle al que pueda hacerse en cualquier otro país, me han traído catálogos de esferas francesas y alemanas, pero modestia aparte, el nuestro es único”.

Rubén, un chico con una discapacidad, encontró aquí un lugar para trabajar. Se le nota afanoso, bajo una luz tenue que entra por la ventana está sentado junto a otros dos niños. Los tres arman rápidamente las cajas de cartón que servirán después para empacar esferas o adornos navideños. Cada parpadeo es una cascada de colores. Del morado al blanco, del vino al verde, del dorado al amarillo. Solo por nombrar. Del azul al plata. Del rojo al terracota.

El ruido de las esferas que chocan unas contra otras, sin romperse, o también el de aquellas que ya son vidrio roto porque murieron antes de salir de las fábricas, es constante en el área de decoración y en la de corte, encasquille y empaque.

En esta última Clara Montiel también está acompañada por su hijo que acude a la primaria. Frente a ella hay dos cajas distintas con esferas en color naranja y verde que se antojan a lo lejos como enormes naranjas y limones. Y a un costado otra donde está depositando las de color azul, igual de grandes, y que en muchas ocasiones sirve para colocar en bases de alambre pintadas y horneadas previamente, y que después sirven como regalo, para colocar sobre los escritorios o sobre las mesas.

Clara conversa mientras encasquilla. Al día logra acumular entre tres y cuatro mil piezas terminadas, listas para empacar. Por este tipo de trabajo, un artesano gana 30 pesos en promedio, por cada millar.

“Me gusta mi trabajo. Siempre hay piezas distintas por terminar. Hace poco puse casquillos a unas esferas en forma de balón con los colores y la imagen del equipo América. Eran de las grandes y se veían re lindas”, comenta Clara sin hacer pausa en su trabajo.

Y mientras habla aparece corriendo por entre las cajas y cajas de esferas, ya empacadas, Juan Pablo, otro de los niños cuya presencia destaca en la fábrica. Según Antonia, “hoy hay más niños por ser un día en que no tuvieron clases”, aunque muchos de ellos realizan trabajo de apoyo, sobre todo a sus mamás, con mucha familiaridad. como una tradición. Y es que sí, aun en temporada baja de producción, algunos de ellos llegan con sus mamás a la fábrica o al taller, para trabajar o para hacerles solamente compañía.

Pero Juan Pablo se da su tiempo para correr entre los paquetes ya armados o por armar, bajo riesgo de que algo se rompa. Él se divierte, es un niño.

También están sus papás y su hermana por aquí. Todos juntos para trabajar en el corte, encasquille y empaque de esferas y de otros adornos navideños.

Antonia advierte que eso es una ventaja para las mamás que no pueden dejar a sus hijos bajo el cuidado de nadie en casa. “Así anduvieron mis hijos también. Ahora les toca a ellos. Y muchos están aprendiendo algo a lo que quizá también se dediquen cuando crezcan”.

La innovación constituye el reto constante de los aproximadamente 15 mil artesanos que trabajan en las 10 fábricas y 420 talleres registrados oficialmente, de acuerdo con Jorge Gámez, director de Turismo de Chignahuapan.

Renovación

Estos artesanos están obligados a diversificarse, reinventarse constantemente. Sólo así han logrado superar tiempos difíciles de comercialización, como la crisis que enfrentaron hace tres años, en parte por el auge de la esfera de plástico china, cuando algunos talleres y negocios tuvieron que cerrar sus puertas, entre ellos –cuenta Gámez–, la Casa Méndez, con la que Rafael Méndez Núñez inició el movimiento artesanal en Chignahuapan hacia finales de los años sesenta.

Ese espacio lo ocupa ahora la Asociación de Esfereros de la localidad. Méndez Núñez llegó entonces a la sierra norte de Puebla, proveniente de Michoacán, estado donde también existe uno de los dos municipios que junto con Chignahuapan, mantienen viva esta actividad artesanal, Tlalpujahua; el segundo es Zumpango, en el Estado de México.

La constante renovación creativa ha llevado a los artesanos de Chignahuapan a buscar diseños nuevos no sólo para las esferas. Es por eso que al igual que en la fábrica Esnaviso, otras también cuentan con un área de bases de alambre galvanizado y aluminio, en su mayoría pintadas y horneadas, con formas diversas, por ejemplo de cuernos de la abundancia con esferas en forma de frutas como plátanos, manzanas o fresas en su interior, o soportes para racimos de esferas en forma de las tradicionales 12 uvas para pedir deseos a fin de año, en diferentes colores, de acuerdo con el significado de cada deseo.

“La crisis ya quedó atrás y la esfera china de plástico es solo un fantasma. En nuestro caso el año pasado se produjeron 15 millones de esferas que vendimos en su totalidad”, expresa Renato Herrera, mientras muestra uno de sus diseños más vendidos, una esfera color terracota con la imagen de los Reyes Magos en color dorado. Él es miembro de la tercera generación de su familia que mantiene vivo su negocio, Navidad Eterna, dedicado también a la producción y venta de esferas, coronas, bases, candelabros, moños y árboles de Navidad en el tianguis del centro de Chignahuapan.

“La vida de este pueblo gira en torno a la esfera. Y algo muy padre es que hoy incluso mantenemos la actividad todo el año, antes no pasaba. Estamos a tope con las ventas, en enero ya inventariamos, y en febrero ya estamos trabajando en lo que será 2012”, dice el empresario y también diseñador gráfico que vive y trabaja en la ciudad de Puebla de lunes a viernes, y vuelve cada fin de semana a trabajar con su familia los fines de semana.

A lo largo de todo el tianguis y locales de la calle Romero Vargas, se pueden ver infinidad de figuras y colores de esferas y otros adornos navideños que un mar de gente admira y compra. Es también en esa calle donde se encuentra la Basílica del municipio, hecha de cantera negra y donde el próximo 7 y 8 de diciembre se mantiene su fachada adornada con esferas por los festejos religiosos a su virgen de la Inmaculada Concepción, considerada la más grande de Latinoamérica bajo techo, con una altura de 12 metros y realizada en madera de cedro.

Hace ya dos semanas que concluyó la Feria del Árbol y la Esfera en Chignahuapan, pero la afluencia turística no ha disminuido considerablemente. Jorge Gámez, el director de Turismo municipal, cuenta que en el año 2010 la actividad turística tuvo una derrama económica de aproximadamente 375 millones de pesos. Y para el 2011 espera una recaudación de 500 millones de pesos: 200 podrían provenir de la actividad artesanal dedicada a la producción y venta de esferas.

Cuando el reloj marque las últimas doce campanadas de este 2011, 75 millones de historias de rostro esférico habrán tomado otro rumbo.

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