Por: José Antonio Crespo
En estos días, evidentemente se hacen diversas evaluaciones del Gobierno de AMLO que recién termina (al menos formalmente).
Los obradoristas ven logros muy positivos por todos lados y en diversos temas.
Toda una transformación social positiva que, si bien no ha culminado, avanzó significativamente y ha dejado las bases para que Claudia Sheinbaum lo culmine exitosamente.
Se avanzó, según ellos, en economía, justicia social, educación, ecología, salud y hasta seguridad. Para no hablar de la democracia que ahora sí es genuina, en tanto que en los gobiernos neoliberales fue una mera simulación (pese a lo cual, AMLO llegó al poder en una elección equitativa, limpia y legítima).
Del otro lado del espectro político, el balance que se hace es inverso. Reconociendo que la pobreza se redujo, hay dudas que se haya hecho de modo estructural, y se teme que sea producto de medidas provisionales, no sostenibles y duraderas (como pasó justo en Venezuela o Cuba).
Y el salario mínimo, que por fortuna se elevó, se nubla con la carencia de salud, medicinas (que deben ahora ser pagadas), y la inflación.
Las grandes obras de AMLO, presentadas como las mejores del mundo, fueron muy costosas y está en duda su rentabilidad y eficacia, según advirtieron numerosos especialistas en cada caso.
No digamos la destrucción de la salud y los altos niveles de violencia y -sobre todo- el incremento de la influencia política del crimen organizado en crecientes regiones.
Y viene el incremento de la militarización que AMLO mismo condenó en los demás gobiernos y prometió eliminar. Su prometido crecimiento económico del 4 al 6% terminó en 1 por ciento. Y la autosuficiencia de alimentos básicos quedó en un deseo.
No sólo lo que prometió fue una utopía, sino que los métodos para conseguirla se basaron en premisas fantasiosas. El saldo, para quienes no son fanáticos del caudillo, es bastante negativo.
Pero en algunas cosas AMLO sí logró lo que se propuso: pudo mantener engañados a millones de mexicanos, de donde surge su fuerza, mintiendo permanentemente incluso de manera muy burda.
Y sobre todo, logró uno de sus principales objetivos, aunque nunca lo haya declarado como tal; destruir la democracia liberal y dejar el terreno despejado para una autocracia, aunque le llame “democracia popular”.
Consiste en concentrar todo el poder y subordinar o desaparecer cualquier contrapeso institucional o informal, y dejar manos libres al Presidente y su partido para hacer lo que gusten.
Supuestamente eso es vital para alcanzar su utopía social, pero históricamente eso se ha traducido en mayor corrupción, abusos, malas políticas públicas, una visión única, y la desaparición de derechos individuales y básicos, además de neutralizar a opositores y disidentes.
Todo ese programa está planteado en los documentos del Foro de Sao Paulo, y siendo Morena miembro de ese organismo, ha seguido puntualmente su ruta con eficacia.
El éxito en la creación de una autocracia populista, donde ha ocurrido plenamente, se ha traducido en un desastre económico y una confrontación permanente de la sociedad, donde incluso se pelean familias, colegas y amigos (o examigos, más precisamente).
Todo ello sí lo logró AMLO, aunque le tomó tiempo. Pero deja todo listo para que México vuelva a vivir una
“dictadura perfecta”, sólo que ahora será bastante imperfecta, y subsistirá probablemente por décadas, hasta que por sus propios errores y fracasos se caiga, como ocurrió con el PRI tras décadas de dominación monopólica.
Otra probabilidad de que esa ruta no continúe hasta sus extremos sería una fuerte presión norteamericana, en la medida en que esta “transformación” y este nuevo régimen (muy viejo en realidad) afecte también los intereses de Estados Unidos, y no estén dispuestos a que ocurra sin más.
Ese escenario podrá ocurrir o no, pues depende de múltiples incógnitas no fáciles de despejar por ahora. Ya se verá.
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