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Relatos y leyendas: Entre los árboles hay brujas

  Por Relatos y Leyendas

Publicado el lunes, 13 de octubre del 2025 a las 13:30


Esta es la historia de una mujer de unos 90 años, que asegura tuvo un encuentro cercano con brujas.

Ciudad de México.- Esta es la historia de una mujer de unos 90 años, que asegura tuvo un encuentro cercano con brujas.

Alma, como era el nombre de la mujer, cuenta que eso pasó una noche, allá por los años setenta. Entonces, ella se dedicaba a “pepenar”; buscaba en la basura cosas que la gente tira y las vendía. Papel, vidrio, cartón, latas, todo le servía para mantenerse y vivir. Cerca de su casa, existía un tiradero de basura clandestino: una montaña de desperdicios que los vecinos iban acumulando, a pesar de situarse en plena zona boscosa, y por tanto, protegida por las leyes ambientales.

Un día, salió tarde de su casa. Sentía un dolor de cabeza tan penetrante y agudo que no la dejaba levantarse de la cama. Sin embargo, su necesidad era mayor. Recurriendo a sus últimas fuerzas, se dirigió al tiradero y comenzó a remover la basura. Cuando se dio cuenta, el cielo se había nublado. La lluvia amenazaba con desbordarse de un momento a otro y ella estaba lejos de su hogar. Pensó en tomar un atajo y bordeó el monte, con la esperanza de llegar más rápido, pues la noche también estaba por venirse encima.

Se internó en el bosque, guiada por su instinto, pero sus pasos cortos y cansados no le permitían avanzar lo que ella deseaba. Entonces comenzó a llover. Era una lluvia de agosto, intensa y fría, que la empapó de inmediato. Ella temblaba y estaba a punto de darse por vencida, apretujarse debajo de un árbol y esperar… sólo esperar.

No sentía ya las piernas. El dolor de las reumas la había entumido por completo. Cerró los ojos y pensó en su madre. Tantos años sin pensar en ella y de pronto se acordaba, le pareció extraño pero al mismo tiempo reconfortante; tan reconfortante que sintió calor. Un calor que la hacía sentir cómoda y protegida.

Fue cuando escuchó una voz que la llamaba. En medio de los árboles, una joven agitaba la mano y le pedía que se acercara. Ella lo hizo con muchos esfuerzos. Al llegar, vio delante una casa muy grande. No entendió por qué no la había visto antes si estaba sólo a unos pasos de donde ella temblaba. La joven la invitó a pasar.

Ella se sorprendió por la amabilidad, pero la agradeció de buena gana. Se trataba de una casa muy hermosa, de grandes espacios y muebles de madera con cojines anchos y cómodos. Sobre los pisos, alfombras tan mullidas que sus pies se hundían a cada paso.

La joven no estaba sola. Estaba acompañada por otras dos mujeres, igualmente jóvenes… y de una belleza singular. Tez completamente blanca, ojos tan verdes que parecían transparentes, y sobre los labios, un rojo tan vivo y lleno de luz que parecía que tenían una brasa encendida. La mujer se sorprendía cada vez más. Encontrar en medio del bosque una casa con esas características y habitada por tres mujeres apenas entrados en los veinte, completamente hermosas, la impactó de grata manera.

Las jóvenes le prestaron ropas secas, le ofrecieron café y la convidaron a cenar. Le dijeron que eran hermanas, que habían vivido allí por años, pues era la casa de sus abuelos. Al final, la invitaron a quedarse a dormir. Por ningún motivo dejarían que se marchara en plena noche y con tal aguacero.

Ella terminó por aceptar con la condición de que la dejaran lavar los platos. Y eso sí, dormir en la cocina, pues suficiente amabilidad era dejarla dormir en aquella casa, así que no aceptaría la habitación que una de las jóvenes pretendía cederle. Además el calor que se había acumulado le serviría para terminar de ahuyentar el frío. Así lo hicieron. Todas se acostaron a descansar a eso de las diez de la noche.

En la madrugada, la mujer despertó sudando. Algo pasaba en aquella cocina. Había dejado de llover y el frío no sólo se había ido, sino que había sido reemplazado por un calor insoportable. Se levantó a revisar y descubrió lo que pasaba: el horno estaba encendido. Ella se extrañó de que las jóvenes estuvieran cocinando a esas horas de la madrugada, con tan alta temperatura, y sobre todo, de no haber escuchado cuando aquellas tres muchachas entraron a la cocina y pasaron por encima de ella.

Por curiosidad, abrió el horno y lo que vio la hizo tambalear: en una bandeja larga y grasosa había piernas y brazos… seis piernas y seis brazos completamente negros y chamuscados que despedían un olor como de cabello quemado.

Enseguida, volteó a la ventana. Allí estaban las tres jóvenes, las tres sin piernas, sin brazos, flotando entre los árboles y riendo a carcajadas, mientras jugaban con una enorme bola de fuego.

Ella se quedó mirando sin poder apartar la vista. Sintió que un aire frío se le subía comenzando por los pies, las piernas… un aire frío que le nubló la cabeza. Todo comenzó a dar vueltas hasta que se desmayó.

Muy de mañana despertó… estaba en su casa, acostada en su cama, pero aún vestía las ropas que las brujas le habían prestado.

La mujer no quiso regresar al tiradero de basura, mucho menos internarse en el bosque otra vez. Nadie hizo caso de su historia, a pesar de que siempre que la contaba derramaba lágrimas de miedo y al final de su relato, con voz temblorosa agregaba apenas susurrando: “ten cuidado que entre los árboles hay brujas”.

 

 

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