Internacional
Por AFP
Publicado el lunes, 2 de octubre del 2017 a las 17:49
Bangladés.- Un niño rohinyá estaba tan esquelético que los médicos no lograron colocarle una perfusión. Con cinco años de edad es uno de los miles de niños que podrían morir de hambre en los campamentos de refugiados superpoblados de Bangladés.
“Dijo que no había comido nado en ocho días. Nada”, explicó el doctor SK Jahidur Rahman, que atiende en la clínica Gonoshasthaya Kendra, una asociación de ayuda bangladesí.
Según la ONU, más de 14 mil 100 niños sufren desnutrición y están en peligro de muerte en los campamentos miserables de Bangladés en donde medio millón de rohinyás, minoría musulmana apátrida, se refugiaron para huir de la campaña de represión en Birmania. Dependen totalmente de la ayuda humanitaria.
Los que más suerte tienen pueden llegar a las clínicas desbordadas. Pero otros mueren o se ven obligados a mendigar.
Un mes después de su llegada al sur de Bangladés, la distribución de alimentos se hace sin coordinación, según la ONU.
Unicef, la agencia de la ONU especializada en los derechos de la infancia, lanzó un llamamiento para recaudar 76,1 millones de dólares para financiar la ayuda humanitaria para esta minoría.
Unicef calcula que el número total de niños que necesita ayuda es de 720 mil, completamente dependientes de las ONG para su supervivencia alimenticia. Según las agencias humanitarias, 145 mil niños de menos de cinco años necesitan una intervención de urgencia.
“Niños desesperados, traumatizados y sus familias huyen de Birmania cada día (…). La magnitud de las necesidades es inmensa”, indica en el comunicado el director de Unicef, Anthony Lake.
“Inimaginable” sufrimiento
La ONU tildó de “inimaginable” el “alcance del sufrimiento humano” en el oeste de Birmania, región presa de la violencia desde finales de agosto y abierta por primera vez desde entonces a la comunidad internacional.
La organización llevaba varias semanas pidiendo poder acceder a esta región del norte del estado de Rakáin, de la que huyeron más de medio millón de rohinyás tratando de escapar de una operación del ejército birmano que la ONU tildó de “limpieza étnica”, y que respondía a varios ataques perpetrados por rebeldes rohinyás contra comisarías de policía.
Desde que comenzara la operación, a finales de agosto, la zona norte del estado de Rakáin había sido acordonada por el ejército birmano y era imposible acceder a ella.
En su comunicado, la ONU instó a la “interrupción de la violencia” y pidió un “acceso sin restricciones a la ayuda humanitaria”. Pero también para las organizaciones de defensa de los derechos humanos, para que se pueda efectuar una “evaluación global de la situación sobre el terreno” y así poder responder “a las necesidades de todas las comunidades”.
Madera para engañar el hambre
En Bangladés, multitudes enormes se amontonan cuando se distribuye la ayuda y los soldados deben aislarlos entre vallas de bambú, bajo el sol, a la espera de una comida.
Los niños representan la mayoría de los recién llegados y son los más vulnerables a la desnutrición. “Numerosos niños presentan todos los signos de desnutrición, lo que es alarmante dado que huyeron de tantos horrores”, subrayó Unni Kirshnan, director de la unidad de emergencia sanitaria de Save the Children.
En una clínica que recibe a los niños más afectados por la desnutrición, Monura intenta consolar a su hija de 13 meses, Rian Bebe.
Una enfermera mide su esquelético brazo y la pesa: 5,5 kg, la mitad del peso normal para su edad.
Monura explica que no tenía casi nada para dar a su bebé durante los cinco días que necesitó para llegar desde Birmania.
“La mayoría bebe un poco de agua y camina durante cinco días”, dice Rahman. “Se esconden en la selva, comen madera, cualquier cosa, para engañar el hambre”.
Un peligroso viaje iniciado cuando numerosos niños ya sufren desnutrición en esta región muy pobre de Birmania, donde son víctimas de discriminaciones.
Su sistema inmunitario está debilitado y están a merced de la menor epidemia.
El bebé de Monura, que chupetea una pasta especial cargada de calorías, se salvó y se recuperará lentamente. Pero otros niños no tuvieron esta suerte.
En el hospital más grande del distrito de Cox’s Bazar, una niña esquelética de ocho meses murió. Tenía desnutrición y una neumonía.
“La piel en los huesos”, se lamenta el doctor Shaheen Abdur Rahman. “Estaba en un estado muy grave”.
Cocinas para 10 mil personas
Otros niños se pasean en el campamento buscando desesperadamente qué comer, suplicando a los pasajeros de los coches que pasan que les den víveres.
Al borde de la ruta, Sitara Banu, de 15 años, se inquieta por su hijo de cinco meses, Jahidur Rahman.
“No tiene suficiente leche. No llego a comer. Le di la banana que alguien me dio pero lo enfermó más”, dice.
No muy lejos de ahí, los hombres sudan delante de las enormes calderas de las sopas populares. Toda la noche cocinan arroz, carne y lentejas.
“Van a trabajar así durante meses. Es muy duro hacer comida para 10 mil personas”, explica Abdul Mukit, un voluntario que se ocupa de estas cocinas improvisadas, administradas por la agencia turca Tika.
Dada la importancia de la crisis, representa sólo una gota de agua en un océano de miseria. Desde fines de agosto llegaron a Bangladés más rohinyás que migrantes a Europa cruzando el Mediterráneo en 2016.
Cuando se acerca un camión cargado con raciones, los niños salen de todas partes. Algunos, los más pequeños, tienen problemas para seguir el paso.
El ejército los obliga a formar fila y luego se precipitan sobre los voluntarios. “Me gusta” alimentar a los niños, dice Manzar Alam, el jefe de cocineros.
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