Como reflejo de las relaciones humanas, siempre han existido conductas que tienen como propósito conseguir beneficios o respeto de la gente que nos rodea.
Distorsión de estas son la pose y el cinismo.
Divierten los velorios y los temas religiosos si se buscan ejemplos de estos actos.
En un velorio, el muerto es bueno, guapo, desinteresado y noble, y muchos de quienes más lo evocan, son peores que el occiso.
Muchos aplican esas conductas para reforzar o buscar una imagen inmaculada, incluso cuando encuentran la oportunidad de hablar mal de alguien. Expresiones como: “oro por él”, “ruego por él”, “pobre, no ha encontrado a Dios”, y quienes emiten esos malignos deseos cubiertos de imagen de clemencia, lo hacen dominados por bajas pasiones de envidia, venganza, y demás pasiones y tienen su sepulcro blanqueado.
En la política actual, la candidata del grupo de facinerosos que llevan el gobierno, ha llegado al nivel de denunciar al odio, la envidia, ira y otras, tratando de desviar la atención al trabajo no hecho o mal hecho, que ha causado numerosas muertes de inocentes.
En un gobierno u organización hay reglas para medir el desempeñó, y los integrantes tienen la obligación de supervisar, evaluar, perseguir y castigar con todo el peso de la ley, a quienes traicionan a sus patrones o representados.
Un empleado ladrón, al ser castigado y quejarse de saña, odio o mala voluntad, solo se muestra cínico o patético, al haber aceptado el empleo aceptaba la responsabilidad de sus actos, con todo lo que eso conlleve.
El mal empleado tiene el derecho a quejarse, mientras purga su condena, pero no merece perdón, ni fuero.
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